sábado, 3 de febrero de 2007

Comer, beber, ¿amar? en Clermont-Ferrand

Mierda. En todos los hoteles me pasa lo mismo. Siempre acabo teniendo la bronca con las de la limpieza, porque tienen demasiada prisa por entrar en la habitación. Demasiada prisa… No hay tiempo para duchas ni para nada. Tienen que entrar… Luego están los de recepción, entre el tema de las llaves y las horas de la noche a las que llego, nunca me reciben de buena gana.

Menos mal que existe el transporte público. ¡Adoro el transporte público de ciudades que no conozco! Es como un pequeño universo dentro de otro pequeño universo. Los trenes, tranvías, metros y autobuses, con sus habitantes, sujetando el techo para que no se caiga. Sus rutinas son como las de muchas otras personas. Tú eres un intruso, un observador, una sombra en su realidad cotidiana. Es esa sensación de vouyeur es la que me vuelve loco.

Miras por la ventana y ves Francia. Francia es igual vayas donde vayas. Claro que no es lo mismo París, que Toulouse, que Cannes, que Clermont-Ferrand, pero todas están cortadas por el mismo patrón. Sus calles estrechas y empinadas, sus bulevares interminables, sus ventanas abuhardilladas. Luego está el frío, la lluvia, el queso y el vino. ¡Ah, y las crepes! No podía ser de otra manera, ¡las putas crepes…!

Me encanta cuando no conoces la ciudad, coges el tranvía (por ejemplo) y bajas en la estación correcta y encuentras lo que tenías que encontrar. En Londres me metía en el Soho, sin mapa y sin ayuda, sólo para perderme y volverme a encontrar. Es cuestión de orientación, pero también de búsqueda interior. A veces, encontrar el camino correcto tiene que ver más con uno mismo que con los pasos que das.

Maison de la culture. La sede del festival. Un búnker lleno de salas de proyección, quinceañeros, postadolescentes, adultos que aún son niños, artistas, locos, negociantes, vendedores, compradores, pardillos, aburridos y, claro está, gente perdida. Está claro que es un festival de cortos. Clermont-Ferrand es el festival de cortos más importante del mundo, pero no deja de ser un festival de cortos. No tiene glamour. No se mueve pasta gansa.

El mercado es un conjunto de stands apiñados entre sí como un panel de abejas. Está dentro de un polideportivo y, de vez en cuando, unos chavales totalmente perdidos aparecen preguntando dónde es el baloncesto. En el marché hay de todo: ingleses, americanos, griegos, turcos, israelitas, japoneses, chinos, portugueses, finlandeses, noruegos… aunque hay franceses como para pegarse un tiro.

El tipo de la puerta me mira mal y le pongo la acreditación en la cara. Aparece Antoine.

PABLO: Comment ça va, mon ami?

ANTOINE: Bien, bien. Nous avons parlez avec beaucoup de gens!

Me da un empujón y me mete en el barullo. En cada stand hay comida y bebida, otro claro síntoma de que somos cortometrajistas: unos muertos de hambre cualquiera. Antoine me dice que hay un montón de españoles. Conozco a la mayoría. Eso pinta bien, porque por la noche la fiesta la organizan ellos y todos sabemos que españoles y fiesta no pueden ir en la misma frase si no es con la palabra: PELIGRO.

Empezamos allí, con el vino blanco. El primero es Shane, un comprador canadiense. Se tira el rollo, hablamos del corto. Parece un tipo majo y da gusto hablar inglés con él con normalidad, a los franceses hay que hablarles como si estuvieras comiendo un polvorón para que te entiendan. Es normal, si ellos nos hablan también tiene que hacer lo mismo. Si vas a Francia, lo primero que te hace falta aprender a decir es DOUCEMENT. Es algo así como: “para el carro, coño”, pero con menos huevos, claro.

Siete vinos y 10 tipos más tarde, la cosa pinta bien. De nuevo, las consecuencias de Francia: un bar en el mercado y ni una cerveza, sólo bebidas calientes. Logro convencer a Antoine de ponerle remedio y es cuando empezamos a joderla. Acabamos cenando en un antro maravilloso. Parece un garito de la ley seca, escondido en un sótano y con más recovecos que un bosque salvaje. Tiene ese aire “decadente europeo”. Se llama Le Caveau. El dueño es Francis. Nada más entrar tienes la cocina y el cocinero es un francés de ojos saltones que solo puede pensar en cogerte el hígado para cocinarlo. Botellas hasta de 1.300 euros en el menú y carne como para volverte vegetariano. Después nos largamos a seguir jodiéndola.

El lugar de marcha se llama SuperFly. ¡Qué recuerdos me trae…! En realidad, es una antigua tienda de muebles gigantesca, que han habilitado como bar clandestino. Permiso especial para el festival. No hay salidas de humos, ni baños en condiciones y tiene el aspecto de una peña de pueblo pero con un aire cool. En realidad, trae viejos recuerdos del Ambrosio madrileño o del Zorro, y la música va en esa onda. Se nota que está hasta arriba de españoles. El alcohol es gratis y cae a toda hostia. Hablamos con unos y otros y todo muy bien. Da gusto encontrarte caras conocidas en un país que no es el tuyo, siempre se estrechan los lazos así. Como siempre, aceptas de buen grado el terminar como una puta rata y rechazas proposiciones que no vienen al caso. Conciertas citas para el día siguiente, sabiendo que tanto tú como él, acudiréis dos horas más tarde. A las 5 de la mañana y con santísimas cervezas encima que ni te acuerdas, te ves a ti mismo diciendo:

PABLO: Oye, que si te parece, mañana…

CUALQUIER OTRO ESPAÑOL DE JUERGA EN UN FESTIVAL: Buah! Vamos a quedar a la 1 en vez de a las 11, mejor.

Dicho y hecho. Al día siguiente, caras largas y café por vena, pero todo el mundo contento. De eso se trata, joder. Llega el momento de engañar a algunos cuantos para que vean el corto. Una pequeña proyección y las caras de la gente lo dice todo. Es que lo del latín es alucinante, jajajajaja.

Entonces llega la otra cosa de los franceses. Naturalmente, los franceses han madrugado. Los españoles, no. Los franceses han comido a las doce. Son las tres y los españoles queremos comer para bajarnos el pedo de vino que llevamos. Los españoles queremos ir a comer bien y ponernos hasta arriba. Los franceses quieren ir a una proyección de cortos. ¡Sí, hombre, para ver cortos estoy yo!

Una comida como tiene que ser en el restaurante más viejo de Clermont y, animado por el vino, una visita a las tiendas de DVD’s del centro. Siempre hay ediciones francesas que no se encuentran en otra parte. Estas tiendas están repletas de chavalas con sus novios. Las francesas son sin duda extrañas. Tienen esa apariencia frágil y ausente, pero hay algo en ellas que te hace pensar que no son trigo limpio. No sabría qué decir. Quizá tenga que ver algo con su concepto de la higiene personal o quizá sea otra cosa, pero son difíciles de catalogar. Van por ahí flotando, volando en un océano de incertidumbre, como si nada de eso tuviera que ver con ellas.

Sales a la calle y frío y agua y poca gente. Tu refugio son los bares. Pruebas todas las cervezas que Antoine te dice y todas te saben a que quieres más. Entonces es cuando te das cuenta. Para eso has ido allí. Esa era tu misión. Todo lo del festival está muy bien, pero realmente has ido allí para vivir.

Vivir, comer y beber, porque para amar… Ya tienes suficiente con amar/odiar el cine.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tan esclarecedor como EMOCIONANTE.

Felicidades, Tigre! Envidia me das!

Hunter Z Top dijo...

Excelente narracion de una apuesta por cosas que merecen la pena, la vida, el cine, el alcohol, el dejarse llevar... En esta pelicula constante que es la vida solo nos quedan los intermedios para objetivizar y vislumbrar que se trata de algo mas que un sueño. Los sueñoa aveces se hacen realidad. Bienvenido a tu tierra compañero, ahora a follar que son dos dias, ese es mi deseo. Salud y suerte.

Aragüés dijo...

Pero si yo hablo de rodar, no de rodar por la cama!

Aragüés dijo...

No es la primera vez que narramos las aventuras y desventuras sufridas en un festival de cine. Para los interesados mirar los diarios en:

http://www.sintregua.com/sin-trabajos.html