lunes, 24 de diciembre de 2007

Rock my Xmas...

Bueno, sobran las palabras.


¡Feliz Navidad a todo el mundo! ¡Que el 2008 sea la hostia y no las hostias que ha sido este año que se va! Sé que lo he contado en alguna otra ocasión, pero para mí el mejor Christma es el que Tinieblas González nos firmó a mi amigo Álvaro Arrúe y a mi hace unos años... Nos puso: "Ojalá pete la Navidad".


Solo ha sido superado por el garabato de la entonces ministra de cultura (en qué estarían pensando) Esperanza Aguirre. Las mismas Ratas, en el transcurso del Festival de San Sebastián, cuando estrenaban la Lolita de Adrian Lyne, todos iban a por Jeremy Irons. Nosotros, no. Fuimos a por Espe. Ella se alegró tanto que no se pudo negar a dedicarnos un autógrafo en la postal free que le habíamos dado. Todo había sido premeditado unos días antes, durante esa proyección del documental del Ché Guevara... Naturalmente, cuando Espe vio que firmaba sobre la cara del Ché, nos miró como seguro que mira a Gallardón cada vez que tienen que dedicarse palabras de amor. Bueno, ya sé que no es una anécdota navideña, pero ¿qué más da?


Pasadlo bien, que no es poco!

sábado, 22 de diciembre de 2007

En las minas del rey…

Salomón es el último corto del amigo Nacho Lasierra. Ayer se estrenó. Yo estoy un poco de vuelta de esta clase de saraos, porque siempre hay tensiones y compañías que no quisieras frecuentar, sin embargo, no se le deja plantado a un compañero y, además, la cosa estuvo realmente bien.

Nacho y yo no compartimos nada en lo cinematográfico, somos diametralmente opuestos en concepción, lenguaje, estética e ideas. Ya no sólo al realizar algo, también al ver cine (¡¡no le gusta La jauría humana, virgen santísima!!), pero aunque sean distintos nuestros sentidos cinematográficos, amamos el cine. Eso se nota cuando hablas con Nacho. Aunque no coincidas, notas cuando a alguien le gusta el cine de verdad. Nacho no es uno de esos pelagatos que “les gusta el cine” para presumir – no sé de qué – ni los que se las dan de “trabajo en el cine” para presumir – no sé de qué –. Además de todo eso, le quiero como a un primo que ves de cuando en cuando o algo así, ya que su madre, Aurora, es también como de mi familia.

Y por eso, como pasa siempre con estas cosas, la parcialidad se cierne como una espada de Damocles sobre las opiniones. Ya se sabe, donde hay confianza, da asco. Por eso tenía algo de miedo antes de ver el corto, ya que el tráiler me había dejado insatisfecho y no tenía ninguna gana de decirle a Nacho que el corto no me había gustado. Sin embargo, el corto es auténticamente bueno. Por eso me alegré enormemente – sí, sé que a veces no lo demuestro como debería – cuando acabó la proyección y el corto me había emocionado. Lo mejor de Salomón, es que es una vuelta de tuerca al cine social. Ya quisieran los León de Aranoa del mundo pensar en esos términos. Lo que yo temía por el tráiler es que fuera una muestra más del cine rancio de este país de abuelos racistas insultando a negros. Estoy harto de eso, sinceramente. Pero Salomón es todo lo contrario. Se adentra en un terreno peliagudo y lo salva con creces. ¿Cómo? Pues con un guión sólido.

Empezar un corto con un premio que te da pasta para realizarlo es un buen empujón. Ese premio fue al mejor guión. Totalmente bien entregado. Nacho deja claro en Salomón que ha aprendido mucho sobre el sacrificado oficio del guionista, sobre cómo dar la vuelta a los convencionalismos y tratar un tema, que parecía más trillado que el destape, de una manera que ya querrían muchos cortometrajistas y también largometrajistas. Por otra parte, me acordé mucho de aquellos días de agosto en Albarracín, cuando me contaba lo mal que lo había pasado y cómo había tenido que renunciar a tanto. Quizá, en la realización es donde más se resienta eso, pero el guión de Nacho, construido como los raíles de una locomotora, te lleva hasta el final como un tiro. Además, Txema Blasco y Emilio Bualé se comen la pantalla. Hay mucho oficio en la dirección de actores, hay unos objetivos claros y una puesta en escena firme impuesta con tino por su director. No sé si tenía en mente El padrino para la escena de las fiestas del pueblo, pero ciertos pasajes de la boda en la película de Coppola, me vinieron a la mente irremediablemente en Salomón. Nacho ha aprendido un montón desde Rastro y, para quien haya visto Salomón, mis palabras sobran.

Además, la proyección fue en HD, lo cual fue una auténtica suerte y delicia, aunque mi única objeción vaya para la fotografía, la cual no entendí, aunque seguramente es que no era mi día (y tenga que verla de nuevo), ya que Fran Fernández siempre ha destacado por hacer cosas fabulosas. A todo esto, sumémosle que entre la gente a la que Nacho advirtió con lágrimas en los ojos, aunque no se lo crea y no me viera, estaba yo. Reteniéndolas, pues esa línea de Txema Blasco “si lo ves, dáselas”, funciona a la perfección.
Lo que más me gusta de Salomón es que triunfa donde otros acercamientos al mundo rural, xenófobo, hermético y endogámico, fracasan. Muchas otras visiones de ese tipo son absolutamente reaccionarias y la de Nacho es totalmente innovadora y esperanzadora. Espero que así lo sepan ver los jurados, tan anclados en la ranciedad.

Enhorabuena a todo el clan Lasierra porque sé que sufristeis como demonios haciendo este proyecto que, muchos de los que presumen de hacer cortos, querrían haber hecho. Es una suerte que podamos verlo.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Una historia por entregas

La siguiente historia se presenta fragmentada en dos entregas.

Aquí, abajo, encontraréis la primera.

Por supuesto os invito a completar vuestra propia versión de la historia en Comentarios.

La segunda y última entrega, en siete días.


Entrega Primera

El primer recuerdo que conservo con claridad de aquella incursión en terreno desconocido es la sensación de la barandilla helada al contacto con mi mano desnuda. Esperaba, convenientemente abrigado, la llegada del tren de las 18.27, con el cuello de mi gabardina subido hasta la extenuación. Consulté una vez más la esfera de mi reloj: de tan maltratada que estaba me costaba distinguir la posición de las manecillas. El miedo a llegar tarde había hecho que me adelantara al encuentro más de lo necesario. Escuché al poco, de fondo, el siseo rítmico del tren, suave como la seda y, a la vez, pesado como el plomo. La noche comenzaba a extender sus dominios y la temperatura disminuía bruscamente como prolegómeno de su llegada.

Aquel siseo no tardó en crecer de intensidad; pronto, su presencia fue soberana en los andenes de la estación. Se trataba de un convoy moderno de formas redondeadas de color blanco. Me llamó la atención la elegancia de su deslizamiento constante, su inteligente iluminación. El tren detuvo su marcha y con ello casi desapareció el sisear eléctrico de sus motores. Las puertas se abrieron de manera automática y un torrente de humanidad invadió el andén, hasta entonces baldío. En aquella estación periférica parecía que podías encontrar a personas de todas las razas, colores y confesión. Así, al mismo tiempo que percibí el tufo del sudor reseco en la espalda del obrero, percibí el perfume desgastado que emanaba del cuello de jóvenes mecanógrafas. Y vi como hombres trajeados con maletín en mano, elevados profesionales de la ejecución y las finanzas, fintaban a los distraídos escolares. Me repugnaba aquel ritual de masas que acontecía día tras día. Inexorable como duro es el acero; punzante como el aguijón de la alimaña recién afilado. Todo aquel carnaval se desplazaba con la rapidez propia de aquellos caminos que han sido cien mil veces recorridos. De hecho, sus elecciones, por numerosas que fueran, no merecían tal nombre.

El andén comenzó a despejarse del gentío y el tren reanudó su marcha y su siseo nocturno. Un cartel luminoso colgado del techo anunció, con letras rojas:


PROXIMO TREN LIGERO
Destino Colonia Lee
13 MIN.


A ella la vi, por fin, tras una pareja de adolescentes que remoloneaba en el extremo izquierdo del andén. Portaba un largo abrigo negro, de un tejido que aun hoy, después de tanto tiempo, no sabría identificar. Su bonita figura, homenaje a la curva-contracurva femenina, era coronada por una larga melena negra que en su caída se enroscaba traviesa en docenas de direcciones. En mi imaginación era unos centímetros más alta… aunque tal vez me equivocaba de persona. Aquella mujer, no parecía buscar a su alrededor en busca de nadie; su mirada se clavaba en el horizonte, teñido de un azul cada vez más oscuro. Esperé, impaciente, a que pasará por mi lado, al fin y al cabo las escaleras donde me apoyaba eran el único punto de salida-entrada de la estación.

Pronto, aquella mujer dejó atrás a los adolescentes y tomó la escalera, en cuyo descansillo yo la esperaba. Cuando me vio al fin, noté el impacto de mi presencia en las facciones de su rostro. Tal vez pensara que yo no acudiría finalmente a la cita; tal vez se hubiera olvidado de ella; tal vez se hubiera arrepentido… Bajó con lentitud por el lado interior de la escalera, deslizando su mano izquierda, enfundada en cuero, por la barandilla. Esperé cualquier señal que certificara de manera definitiva su identidad. Y, mientras la escrutaba sin miramientos, temí haberme equivocado de persona. El temor se disipó en dos segundos: cuando ella pasó a mi lado, su sonrisa lateral no dejó lugar en mí para duda alguna. Noté el intenso olor de su perfume. Recuerdo sus suaves notas de fragancia de manzana como el primer día. Aunque me desconcertó que no me hubiera dirigido una sola mirada tras reconocerme, su sonrisa lateral había sido tan discreta como cristalina en sus intenciones.

Cuando ella alcanzó el piso inferior, a nivel de calle, yo, comencé a seguirla.

VB