domingo, 25 de febrero de 2007

Ya lo arreglaremos en la postpro...

Cuando terminó el rodaje de Perceval, llegué a casa de mis padres en Zaragoza y me di cuenta que había estado prácticamente dos meses perdido en las montañas. Volver a la realidad fue rarísimo y muy jodido. Los primeros días no supe ni dónde coño estaba ni qué coño hacer. Tenía un montón de latas de película en mi habitación y el garaje lleno del atrezzo y el vestuario, ni los coches cabían. Después de ordenarlo todo, me largué a Madrid.

El primer fin de semana lo pasé con el móvil apagado. Tras dos putos meses en la naturaleza viendo las mismas caras, perderme entre el asfalto y la hostia de gente, era demasiado para mí. Quedé con Juanfran, el montador, para conocerle y quedar en fechas. Lo pusimos todo en marcha y, claro, llegó el día.

PABLO: ¿Y dónde está el sitio?

JUANFRAN: Al lado de la plaza de Chueca. Quedamos mañana a las 8.

Mereció la pena. Cada día que pasaba, le cogía más el gustillo de meterme en el metro con mi guión y mis notas debajo del brazo, camino de la sala de montaje. En realidad, Chueca a las 8 de la mañana es como cualquier barrio céntrico de cualquier ciudad. Un par de bares para los curreles y todo vacío. Daba gusto. Juanfran y yo nos echábamos unos tés de puta madre y nos íbamos a darle caña toda la mañana. La verdad es que llegaba la tarde y aún seguíamos ahí, la mar de a gusto. Estuvimos toda una semana, pero montar lo que es montar, fueron tres días. Eso he dicho, tres días.

No recuerdo cuántas horas rodamos, pero fueron unas cuantas. No porque hiciéramos tomas y tomas, sino porque habíamos estado 20 días rodando y eso para un corto es algo inusual. No era muy difícil elegir las tomas. Casi todo el corto está rodando en primeras y segundas tomas. ¿Para qué hacer más si está fabuloso?

Lo montamos en tres días, porque las cosas estaban claras desde el principio. De la manera en que ruedo, prácticamente es quitar las colas y los planos aparecen por si solos, claro que luego viene Juanfran y les da forma, de puta madre. Cuando empezamos ver que todo encajaba y que la cosa no pintaba nada mal, hicimos un pase de prueba para cabezas de departamento: Sergio (diseñador de sonido), Adriano (director de fotografía), Luis (diseñador de producción), Rosa (diseñadora de vestuario).

Ese viernes decidimos dejarlo así y no volver a él, hasta el lunes, para ir con la cabeza fresca. Yo fui con resaca, porque el fin de semana fue infernal. Una de esas veces en que tienes que pedir perdón a todo el mundo. Los que se cruzaron esa noche conmigo en La Latina, ya lo saben. Y, por si no lo dicho suficientes veces, lo siento.

Ese fin de semana, me di cuenta que lo que yo buscaba después de bajar hasta los infiernos (el rodaje) y sobrevivir, era la Redención. Sí, con mayúscula. Admitir que la has cagado es el primer paso, enmendar el mal hecho es más jodido. Muchas veces no sabes ni por dónde empezar ni cómo terminarlo. Sea como fuere, ese fin de semana fue crucial en muchas cosas, sobre todo en una: ya nada sería lo mismo.

Llegó el lunes y salí del metro. Mi homofobia heterosexual siempre me ha hecho pasar un poco de Chueca, pero esos días descubrí que es un sitio de puta madre. A las 8 de la mañana, claro. Sin nadie, sólo las calles vacías, el cielo plomizo y mis pasos dormidos. Pulimos el corto durante los dos días siguientes y tuvimos algo de lo que estar contentos.

A los pocos días hice algo que ya llevo haciendo un tiempo. Hay gente que sabe de cine muchísimo más que tú, son más profesionales, llevan la cabeza mejor amueblada, hacen las cosas mejor, saben cómo funciona el negocio mejor y se las han visto en situaciones más putas que tú. Además de todo eso, confías en ellos. En mi caso, son Vigalondo y Lamata. Ya les enseñé otros cortos y Noches Rojas en fase de montaje y siempre me abrieron puertas que yo no sabía que existían. No les he hecho caso en todo, pero en lo que lo he hecho, siempre ha sido para mejorar la película. En Noches Rojas, estaba tan horriblemente perdido que, entre los dos, me hicieron ver la luz. En Perceval, me dijeron unas cuantas verdades. Y fue duro. Ese día me cogí una enorme. ENORME. Como pocas me he cogido antes. Desde entonces, el pacharán está desterrado de mi dieta.

Muchas veces es difícil dar las gracias, pero a Nacho y a Miguel Ángel les debo más que eso. Han sido un faro, una guía, la luz al final del camino. Pero sobre todo han sido buenos amigos que me han ayudado. Y eso sí que es jodido de compensar.

Quería escribir esto para todos los que ha participado y están participando en la postproducción del corto, porque siempre se habla de los rodajes, pero nunca se dice nada del tajo que hay después, que no está nada mal. A Juanfran y a Eneko, porque han hecho un trabajo de la hostia, a Sergio porque es un genio, un Mac Giver del sonido, capaz de hacerte maravillas con los ojos cerrados, a Patxi por todas la manos echadas, los favores impagados y todas las cervezas pendientes, a Víctor por su Production Notes, por la web y todos estos días de locura compartidos. Estos días de etalonaje en Londres os tendré a todos en la cabeza.

Todo eso de las teorías de autor está muy bien, pero sin gente como ellos, no se haría ni una película ni media.

1 comentario:

Unknown dijo...

Confirmo algo que siempre he pensado.
Deberías dejar el cine cuanto antes para dedicarte, como el viejo, a escribir cartas de Amor.