lunes, 23 de noviembre de 2009

El hombre que no estaba allí (Vol. 4)

Nunca se habla de Spike Lee. Siempre se le tiene por un broncas y un tío que solo hace películas de negros para negros. No puedo estar más en desacuerdo. Spike Lee es un tío de un talento desbordante que, en infinidad de veces a lo largo de su carrera, ha hecho quizá no lo que tendría que haber hecho y sí lo que le ha dado la gana (Crooklyn, La marcha del millón de hombres...) y eso ha provocado la falta de interés por él.

Sin embargo, qué otro cineasta podría haber hecho películas como Malcolm X o Fiebre salvaje. Si él no hubiera estado ahí para contar esas historias, ni John Singelton las hubiese contado.

Lee tiene una gran época que es el final de los 80 y principio de los 90, cuando firma sus mejores películas. Dio el gran salto con Haz lo que debas, a día de hoy su mejor película muy posiblemente. Ya comentamos en su día la polémica surgida con esta película que habla, obvio en Lee, de los conflictos raciales en un barrio neoyorquino. El que no mueva los pies con su secuencia se créditos es que no tiene corazón:



Quizá una de las cosas más interesantes en las películas de Spike Lee sea su diseño de sonido, muchas veces obra del gran Skip Lievsay. Siempre envuelve sus diálogos y sus escenas en una mezcla de instrumentaciones orquestales y densos sonidos de saxo tenor que dotan a la banda sonora de un toque irreal y de ensoñación. Y donde mejor lo consigue es en otra de sus grandes películas, Cuanto más mejor.

La historia, basada en la vida de varios trompetistas de jazz, indaga en un montón de obsesiones de Lee como la infidelidad, el problema racial, el talento, la búsqueda creativa, la vanidad, el fracaso y la familia. El final elíptico con el A Love Supreme de Coltrane de fondo es prodigioso, pero qué mejor que esta secuencia de compisición musical en la que Lee se sirve de sus artimañas a la dolly como nadie:



O esta otra pieza maestra - a la dolly también - en la que él mismo se coloca en la plataforma. A partir del 2:10.



Sus películas siempre han poseído una aura mágica en cuanto a la fotografía. La primeras, primorosamente fotografiadas por Ernest Dickerson, poseíamente una fuerza teatral que ejercía un contrapunto maravilloso con las historias callejeras y realistas que contaba. En la última etapa se ha valido de los esfuerzos de otros aclamados directores de fotografía. Tal es el caso de su colaboración con Rodrigo Prieto - quizá uno de los mejores directores de fotografía en activo - para La última noche. Hay muchas cosas de esta película que se pueden destacar, pero -aún a pesar de resultar tópico - quedémonos con el discursito a sí mismo de Edward Norton frente al espejo:

En los últimos años ha abandonado su cruzada racial por los thrillers, algunos como Plan oculto no están nada mal y dan cuenta de que el tío sabe hacer las cosas.

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