domingo, 26 de agosto de 2007

Rico y Fuertes. A hostia limpia (vol. 2)

1988. 25 de octubre.

Terminé de vestirme y paré el estéreo. Era un Technnics de pletina en el que hasta hace un momento sonaba el Jungle Boogie de los Kool & the Gang. Música cálida para un día jodidamente frío. Afuera podía ver la niebla de la mañana, cubriendo esta asquerosa ciudad como una mortaja. Sólo las azoteas de los edificios sobresalían del mar blanquecino, como náufragos que intentan no ahogarse. Cogí la gabardina blanca y salí de casa.

El barrio estaba vacío. Hacía rato que todo cristo se había ido a trabajar, lo cual me dejaba espacio para mí y mi Porsche. Un 944 del 85. Gris metálico. De 0 a 100 en 9 segundos. Una jodida maravilla de la creación. Si Dios existe, se dedica a fabricar Porsches.

El sol intenta asomarse entre los edificios y la espesa niebla. No es más que un disco rojizo y anaranjado impotente que no logrará abrirse camino hasta que llegue el mediodía. A mi me da igual. Subo al coche y arranco. La última cinta que tenía puesta empieza a sonar. Es A Joyfull Process de Funkadelic.

Espero unos segundos, poniéndome los guantes de cuero, mientras suenan los primeros guitarreos. La batería empieza a dar caña y preparo la mano sobre el cambio de marchas. La guitarra hace de las suyas y la batería da entrada a los metales. Meto primera y salgo de allí.

Me encanta la música de hace diez y quince años. En serio, es cojonuda. Claro que hoy día se hacen cosas buenas, pero lo de aquellos años era increíble. Hasta el 82 el disco se podía escuchar, luego se volvió una mierda insufrible. Kool & the Gang y otros tantos estaban de puta madre en los últimos setenta. Entonces sí que eran grandes. Pleasure eran grandes como montañas. Booker T. & the MG’s o Mandrill también daban caña.

Me importa un huevo lo que digan los demás. Me encanta conducir mi jodido Porsche con esta música a toda hostia. Es un placer. Conducir un coche como este escuchando esta jodida música. ¿Es que hay algo mejor?

Semáforos, stops, pasos de peatones… todo me importa una mierda. Conduzco como si no hubiera nadie más en la carretera. Voy a mi puta bola

Tranquilo. Relajado…

Con el sabor del último porro mañanero aún en la boca. Seguro que tengo cara de idiota mientras llevo el coche hasta casa de Rico, pero ¿a quién coño le importa?

Hace frío y está de mala hostia. No dice nada. Claro, que a Rico no le entusiasman las palabras. El prefiere los puños, las balas, cualquier palo que tenga a mano también es bueno. No sé si es que no le abrazaban lo suficiente de niño o qué, pero disfruta igual dando de hostias a algún mamón, que yéndose de putas. La verdad es que lo suyo es vocación. Siempre le han gustado esos sitios. Hace años suministraba seguridad a uno de esos tugurios. Un día un cabrón no quiso pagar la cuenta y Rico tuvo que darse de leches con él. Por eso su nariz es como es y el hijo puta es tan guapo.

Enfilo el Porsche hacía el puerto. Ayer Carlito nos dijo que le cobráramos todo lo que le debe a un desgraciado que se hace llamar Tránsito. Es un macarra y un hijo de puta, le ha birlado un par de chicas a Carlito y las está moviendo por su cuenta. Hay que joderle.

La bolsa que Rico ha metido en el coche lo dice todo: un bate de hierro, un serrucho, un par de cadenas, un puño americano, un pico y un hacha del Departamento de Bomberos. Claro que las pistolas acojonan más y son más efectivas, pero esto es entretenimiento, puro placer.

Hace años que el puerto de esta jodida ciudad seguro que era algo, pero ahora no es más que un pozo de mierda, un desastre. Menos mal que lo están tirando abajo y van a construir un barrio nuevo. Eso limpiará un poco las calles y nos facilitará el trabajo. El futuro de la delincuencia no está en erradicarla, eso es imposible. Los guetos son el futuro. Mandar bien lejos a todos los hijos de puta, sacarlos del centro de la ciudad y llevarlos bien lejos, juntarlos a todos y tenerlos vigilados. Como un polígono industrial de delincuentes y bastardos. Ahí es fácil tener un ojo puesto en ellos y, cuando haga falta, echarles el guante.

Almacén 9. Ahí es dónde tiene el chiringuito montado este cabrón.

Paro y apago el motor. Rico enseguida quita a los Funkadelic. No le gusta la música cuando va a tener que salir a toda hostia detrás de un cabrón.

Silencio.

Sólo se oye a lo lejos las grúas trabajando.

¡Dios, una hora sin música es como un polvo con un condón de cemento! Rico sigue sin decir nada, con la vista clavada en la puerta del almacén. De vez en cuando mueve la cabeza lentamente, como una cámara de seguridad, esperando verle aparecer tras cualquier esquina. Pero el hijo puta se resiste.

Va el tercer porro de la mañana. Los estoy cargando poco, no me apetece cogerme un pedo descomunal sin saber lo que me voy a encontrar ahí dentro. Ya he quemado el costo y ahora lo mezclo con el tabaco. Es una jodienda hacerlo en el coche, además siempre se me llena de mierda, pero cualquier cosa es mejor que esperar como un cabrón.

- Ahí está -.

Aún no había terminado de liarlo y tuve que salir y tirarlo a tomar por culo. ¡Mierda, era un buen hachís! Rico apretaba el paso. Cerré el Porsche y enfilé calle arriba, hacia donde venía el tipo.

El cabrón no tendría mucho más de treinta años. Se paseaba como un maharajá, como si la calle fuera suya. Con su pelo negro largo suelto y el abrigo abierto. No se dio cuenta de que íbamos a por él, hasta que nos tuvo a un par de metros.

No dijo nada, sus ojos hablaron por el.

Rico sacó la pipa y Tránsito salió por patas. Chispas amarillas y naranjas le perseguían por el asfalto. Dobló la esquina y nosotros tras él.

A estos cerdos que están acostumbrados a joder la marrana, no les cuesta nada correr. A mi me toca los huevos. Hace un frío de tres pares de cojones y ya estoy sudando como un cabrón.

- ¡Date prisa, coño! -.

Rico acelera, pero Tránsito está tan lejos que podemos ver cómo le levanta el coche a un subnormal. Es una de esas camionetas con caja atrás, un pick-up. El tío era un pintor. Ahora está en el suelo, con dos tiros en el estómago.

Mete primera y sale quemando las ruedas.

Rico me mira. Sin duda el hijo puta me culpa por ser tan lento. Falso, no me mira a mí. Por el otro lado de la calle viene un coche. Rico sonríe y le apunta con la 45.

El coche frena en seco.

Sacamos a la pava que había dentro.

Arrancamos y no tardamos en ponerlo a 120. Ese desgraciado se va a enterar.

Si esto fuera una película, sonaría Bad Boys de los Whitesnake. Tránsito ha girado y se adentra por las callejuelas del viejo polígono. El suelo está lleno de agujeros y escombros. A los lados tenemos un millón de grúas y curreles que están haciendo trizas el barrio.

Conducir esquivando trozos de cemento a 100 por hora es jodido. Sobre todo cuando tu coche no es más que un jodido Honda y el que lleva él es como un tanque.

- ¡Acelera, ese cabrón no se va a escapar! -.

Rico saca su cuerpo por la ventanilla y aprieta el gatillo una, dos, tres veces.

Las balas carcomen la chapa.

Sé que no puede apuntar bien, porque voy a toda hostia, pero sin reduzco lo perderemos.

Rico apunta con cuidado y vuelve a disparar.

El cristal trasero salta en mil pedazos. Eso nos da un poco de ventaja. Consigo ponerme en su culo y Rico apunta a las ruedas. Dispara, pero la bala se estrella contra el asfalto.

Doy un volantazo.

El brazo de una grúa se mete en mi campo de visión y me acojono como un gilipollas.

- ¿Qué coño haces, hostia? -.

Piso a fondo y el coche se acerca hasta la camioneta dando bandazos. Tránsito gira y se mete por otra calle. Un bote de pintura sale disparado de la caja a nuestro parabrisas. Nos deja una bonita cicatriz, el capó aboyado y un sabor de cristales en la boca. Aunque no hay tiempo, sólo puedo pensar que me estaría cagando en Dios si hubiéramos cogido mi Porsche para perseguir a este cabrón.

Piso a fondo.

La camioneta de Tránsito se acerca hacia nosotros a toda leche. Rico dispara, vacía el cargador. Miles de insectos amarillentos revolotean alrededor de las ruedas traseras, hasta que uno de ellos logra meterle todo el aguijón.

Freno.

Tránsito ha perdido el control y está haciendo eses. No logra dominar el coche y se estrella contra un muro de hormigón.

Paro en seco. Rico sale a toda hostia y yo lo sigo de cerca. Abre la puerta y ahí está Tránsito, con la cara encajada en el volante y un buen puñado de cristales en la jeta. Pero no esta muerto. Peor para él. Nos lo llevamos a ver a Carlito.

Esto sólo es el principio.

No hay comentarios: