1988. 23 de octubre.
Aquel chaval no quería mirarme. Me ponen nervioso estos hijos de puta que se creen Charles Bronson. Les daría con una buena tubería en la espalda hasta que les quedara del color de una falda escocesa. Les pondría electricidad en las pelotas y les pisaría la jeta con las botas. Les rodearía el cuello con un cable de acero y los ahogaría hasta que se pusieran rojos. Les reventaría la cara a hostias. Claro, que es lo que voy a hacer dentro de un momento.
Voy a meter a este imbécil en la cárcel. Tiene diecisiete años y una cara de crío que solo te dan ganas de volverle su blanquita piel del color de los huevos podridos. Además, es por su bien.
- Mañana estarás bien jodido, gilipollas. Y ya no podremos hacer nada por ti -.
Rico es especialista en tocar los cojones. Una vez incluso lo hizo de verdad. Se los puso al tipo en un cajón y lo cerró. Ahora el hijo puta se molesta en acojonar al chavalín con todo eso de que cuando llegue a la cárcel le dé de hostias a alguien o se deje dar por el culo por un jefe majete. Por la pinta del imbécil diría que sólo le queda la segunda opción.
Diecisiete años, piel blanca tirando a rosa, pelo rubio enmarañado, me importa un huevo el color de sus ojos. Tiene unos brazos flacuchos que en su puta vida han trabajado y una rodillas que se pueden partir haciendo fuerza con la pierna. Es un mierdas, un gilipollas. Pero el cabrón llevaba demasiada heroína encima como para alegar posesión. Ese cabrón no era más que un mozo, el recadero. Nuestro amigo de fuera, Carlito quería ese alijo y nos pagó por conseguirlo. Así lo hemos hecho. Pero lo mejor de todo esto es que es completamente legal. Porque tanto yo, como mi colega, somos policías.
- Te vamos a hacer un favor, chaval. Te vamos a joder para que parezcas algo y todo. Vamos a ahorrarte una paliza entre cuatro negros y que después de te den por el culo -.
- Sólo te daremos la paliza, a nosotros nos van las tías -.
Me quité la americana de lino y me subí las mangas de la camisa. El traje me había costado una pasta y no quería que se manchara de sangre. Ya sabía cómo eran estas mierdas y sabía cómo se quedaba el suelo y las paredes. No me daba asco que los nudillos se me llenaran de sangre seca, pero me jodía tener que dar explicaciones en la tintorería.
- Es por tu bien -.
Le empezamos a machacar. El chaval no podía ni resistirse, lo teníamos atado a la silla.
No era algo malo. Sí que le jodíamos al imbécil, pero era verdad que esa paliza le iba a ahorrar mucho dolor. Cuando un crío de diecisiete años con esa pinta de retrasado mental entra en el trullo, lo muelen a hostias y se lo follan. Es una perita en dulce. No sólo por el sexo, también por reventar una carita mona.
Si el mismo chaval entra allí con la cara reventada, llena de puntos sin cerrar, cicatrices y moratones, parece algo y todo. Claro que le van a joder, pero al menos tendrá unos días para adaptarse. No es ya la cara bonita que entra en el corredor, como el cordero en el matadero. Simplemente es un panoli que recibirá el día menos pensado, pero al menos, el día menos pensado no es ahora. Bueno, sí, porque era yo el que le estaba atizando.
Lo de Fuertes no es solo el apellido, también es porque me encanta dar de hostias.
Solo soy un poli que disfruta de su trabajo.
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1 comentario:
A mi esto de la brutalidad policial me parece algo muy bueno, un deporte que habría que aplicar más a menudo, sobre todo a algunos indeseables. Verdad?
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