Creo que una de las mejores personas que conozco es Sergio. Así de rotundo, seguro y tranquilo lo digo. ¿Por qué? Porque es un tío grande. Porque además de ser una buenísima persona, es un profesional de la hostia. Porque además de ser un profesional, es un genio, un mago del sonido. Y porque, además de todo eso, encima tengo la suerte de poder decir que es mi amigo.
Nos conocimos hace ya unos años en el primer piso que compartí en Madrid. Le puse Parking y estuvimos hablando de Silvestri, de Goldsmith, de Williams y de Poledouris. Y hasta le hablé de Perceval. Claro eso era hace la de dios, cuando era casi una mera quimera, unas cuantas líneas endebles en un guión que no sabíamos si podría ver la luz. Así que nos centramos en lo que ese año íbamos a poder hacer: Huida a toca teja.
Yo recuerdo estar con él, encerrados los dos, pegados al monitor en el desierto de La Muela. Pero recuerdo más aquellos días de montaje en Bilbao, cuando íbamos al Don Jamón y nos poníamos hasta arriba. Y recuerdo las mezclas, él volviéndose loco para poder llegar a Zaragoza y acabando a las mil de la madrugada y volviendo a casa en su Opel negro.
Luego llegó Noches Rojas, y le recuerdo tan jodido de frío como yo, acurrucado en su Mac en la calle Mayor. Y luego empezamos a montar – este otoño, dos años después, terminaremos – y me acuerdo de ver episodios de Corrupción en Miami, un instante antes de ver el premontaje de los 85 minutos y él diciéndome que la persecución debería ir sin música y yo darme cuenta de porqué él diseña el sonido. Sabe lo que sabe y punto. Cuando le entregué todo el doblaje se rió como se ríe él cuando sabe lo que le espera. Hicimos aquellos 12 minutos para mostrarlos en el Festival y cuando fuimos a hacer las pruebas, no le dejaron ecualizar (para colmo el proyector estaba desenfocado) y claro, se escuchó como el culo. No lo sé, porque no me dejaron entrar y no fue ni la primera ni la última vez que me ha pasado. Pero menudos días tuvimos entonces en Zaragoza. En el Zorro y en el Tribeca y en La casa del loco.
SERGIO: Hoy vamos a beber Bombay, pero Bombay Sapphire. Está tan bueno, que se puede beber sólo.
Y me hizo cambiar el ron por al ginebra y todo empezó a ser mejor. Y en el rodaje de Perceval, cuando se jodió la cámara, cogí la botella de Bombay Shappire que tenía en la nevera de mi casa, reservada para él y para mí – cortesía de Patxi – para el último día de rodaje y me la bebí solo y a palo seco. Al día siguiente estaba como una rosa y listo para poner todo patas arriba.
Recuerdo cuando hablábamos en Madrid de lo que sería Perceval. Cuando llegó a Jaca, yo estaba con Adolfo intentando buscarle. Llegaba él, Óscar y Víctor desde Madrid en un viaje kamikaze de los que le gustan a Sergio. De repente, ahí estaba y nos abrazamos como hermanos que hace tiempo que no se ven. El primer día de rodaje, Karl – mi primer ayudante – no daba ninguna indicación al sonido (en Noruega deben hacer películas mudas). Cuando acababa una toma, yo me acercaba a Sergio y hablábamos de cómo había ido. A veces, simplemente él levantaba el pulgar y me guiñaba el ojo. No hacía falta más. Eso fue en San Juan de la Peña.
En Loarre, yo le recuerdo en mi casa, tomando cervezas después de rodar y hablando con Víctor de que lo que hacíamos no tenía sentido: Una recreación histórica con la última tecnología. No tenía sentido que hablaran en latín y lo captáramos con nuestros micros, porque eso rompía el rigor histórico. Sólo Sergio puede decir algo así. De eso mismo hablamos unos meses después él, Víctor y yo en mi antigua casa de Oporto…
Poco a poco surgieron las Ratas. Allí, en mi casa, con los que nos juntábamos cada noche: El Panchi, Edgar, Sergio, Óscar, Víctor, Eus, Jesús, Michel, Antoine, Álvaro... y poco a poco, fuimos la piña. Los de foto siempre comen juntos, los actores suelen juntarse entre ellos, los de arte son un grupo bien formado y Las Ratas nos sentábamos en nuestra pequeña pero romántica mesita. Éramos como ocho en una mesa de mierda, pero bien orgullosos en nuestra soledad. Como cuando Patxi llegaba en el último plano con la nevera que él y Edgar habían llenado de Judas y Bombay y con el último “cut!” se oía: “Chi-chin”. Las Ratas nos hizo unirnos aún más y por eso, lo único que se puede leer en español en los créditos del corto es eso: “A todas las ratas”.
Cuando estuvimos montando Juanfran y yo el corto en Madrid, Sergio vino a verlo y a repasar todo lo que iba a hacer falta para el montaje de sonido. En la pantalla del ordenador teníamos un par de post-it, a mi el que más me gustaba es el que tenía esa frase de Verna Fields, “mothercuter”, la montadora – entre otras – de Tiburón: “If you can’t solve it, dissolve it”. En español no tiene gracia, pero es que a Juanfran le parecía que eso de los encadenados estaba muy mal, hasta que vio que no estaba tan mal. Y Sergio y yo empezamos a juntarnos en Pacífico a revisar todo y darle vueltas. Cuando me puso su primer montaje de sonido el corazón se me aceleró a mil.
Recuerdo cuando decidí volar a Londres con los 12 minutos de Noches Rojas. Fue por la escena de la mano atravesada por el clavo. Sonaba como los ángeles, sería más correcto decir como el infierno, pero la cuestión es que era una maravilla. Sergio coge el sonido directo y lo lleva a otro nivel. Lo mismo hizo con la escena de la Tabla Redonda.
Y allí estábamos, con la duda de si largarnos a Londres a mezclar o mezclar en Madrid. Finalmente mezclamos en suelo patrio (volvimos de Londres sin un duro, tanto que en Gatwick tuvimos que subir al avión con 25 kilos de película cada uno y convencer a las fuerzas de seguridad del aeropuerto más paranoico de Inglaterra de que no eran bombas). Allí íbamos, Sergio conduciendo, recordando los días de doblaje con Pablo y Jorge, con Kid Rock a todo trapo. Y por esas circunstancias de la vida, las fechas no coincidían y yo estaba rodando algún spot insulso el día que nos asignaban para terminar y no pude estar en la mezcla final. Sergio me miraba y yo le decía: “Confío en ti, coño”. Y yo estaba allí, en medio de la nada, rodando con un tipo que no sabía hablar y él me llamaba y por teléfono me ponía la película entera. A mi no me hacía falta, sabía que estaba bien. No sólo bien, mucho más que eso. Porque si Sergio le daba el visto bueno, el resto de palabras sobra.
Y lo más gordo, es que Sergio no pudo acudir a ningún estreno. No lo ha visto proyectado en 35, a excepción de la mezcla final. Últimamente cuando nos vemos nos dedicamos a hablar, pero no de cine. Hablamos de la vida, de las hostias, del fracaso, de los golpes de la vida.
Hablamos incluso en pasado, porque sabemos lo que nos espera. Con él, al fin del mundo.
Nos conocimos hace ya unos años en el primer piso que compartí en Madrid. Le puse Parking y estuvimos hablando de Silvestri, de Goldsmith, de Williams y de Poledouris. Y hasta le hablé de Perceval. Claro eso era hace la de dios, cuando era casi una mera quimera, unas cuantas líneas endebles en un guión que no sabíamos si podría ver la luz. Así que nos centramos en lo que ese año íbamos a poder hacer: Huida a toca teja.
Yo recuerdo estar con él, encerrados los dos, pegados al monitor en el desierto de La Muela. Pero recuerdo más aquellos días de montaje en Bilbao, cuando íbamos al Don Jamón y nos poníamos hasta arriba. Y recuerdo las mezclas, él volviéndose loco para poder llegar a Zaragoza y acabando a las mil de la madrugada y volviendo a casa en su Opel negro.
Luego llegó Noches Rojas, y le recuerdo tan jodido de frío como yo, acurrucado en su Mac en la calle Mayor. Y luego empezamos a montar – este otoño, dos años después, terminaremos – y me acuerdo de ver episodios de Corrupción en Miami, un instante antes de ver el premontaje de los 85 minutos y él diciéndome que la persecución debería ir sin música y yo darme cuenta de porqué él diseña el sonido. Sabe lo que sabe y punto. Cuando le entregué todo el doblaje se rió como se ríe él cuando sabe lo que le espera. Hicimos aquellos 12 minutos para mostrarlos en el Festival y cuando fuimos a hacer las pruebas, no le dejaron ecualizar (para colmo el proyector estaba desenfocado) y claro, se escuchó como el culo. No lo sé, porque no me dejaron entrar y no fue ni la primera ni la última vez que me ha pasado. Pero menudos días tuvimos entonces en Zaragoza. En el Zorro y en el Tribeca y en La casa del loco.
SERGIO: Hoy vamos a beber Bombay, pero Bombay Sapphire. Está tan bueno, que se puede beber sólo.
Y me hizo cambiar el ron por al ginebra y todo empezó a ser mejor. Y en el rodaje de Perceval, cuando se jodió la cámara, cogí la botella de Bombay Shappire que tenía en la nevera de mi casa, reservada para él y para mí – cortesía de Patxi – para el último día de rodaje y me la bebí solo y a palo seco. Al día siguiente estaba como una rosa y listo para poner todo patas arriba.
Recuerdo cuando hablábamos en Madrid de lo que sería Perceval. Cuando llegó a Jaca, yo estaba con Adolfo intentando buscarle. Llegaba él, Óscar y Víctor desde Madrid en un viaje kamikaze de los que le gustan a Sergio. De repente, ahí estaba y nos abrazamos como hermanos que hace tiempo que no se ven. El primer día de rodaje, Karl – mi primer ayudante – no daba ninguna indicación al sonido (en Noruega deben hacer películas mudas). Cuando acababa una toma, yo me acercaba a Sergio y hablábamos de cómo había ido. A veces, simplemente él levantaba el pulgar y me guiñaba el ojo. No hacía falta más. Eso fue en San Juan de la Peña.
En Loarre, yo le recuerdo en mi casa, tomando cervezas después de rodar y hablando con Víctor de que lo que hacíamos no tenía sentido: Una recreación histórica con la última tecnología. No tenía sentido que hablaran en latín y lo captáramos con nuestros micros, porque eso rompía el rigor histórico. Sólo Sergio puede decir algo así. De eso mismo hablamos unos meses después él, Víctor y yo en mi antigua casa de Oporto…
Poco a poco surgieron las Ratas. Allí, en mi casa, con los que nos juntábamos cada noche: El Panchi, Edgar, Sergio, Óscar, Víctor, Eus, Jesús, Michel, Antoine, Álvaro... y poco a poco, fuimos la piña. Los de foto siempre comen juntos, los actores suelen juntarse entre ellos, los de arte son un grupo bien formado y Las Ratas nos sentábamos en nuestra pequeña pero romántica mesita. Éramos como ocho en una mesa de mierda, pero bien orgullosos en nuestra soledad. Como cuando Patxi llegaba en el último plano con la nevera que él y Edgar habían llenado de Judas y Bombay y con el último “cut!” se oía: “Chi-chin”. Las Ratas nos hizo unirnos aún más y por eso, lo único que se puede leer en español en los créditos del corto es eso: “A todas las ratas”.
Cuando estuvimos montando Juanfran y yo el corto en Madrid, Sergio vino a verlo y a repasar todo lo que iba a hacer falta para el montaje de sonido. En la pantalla del ordenador teníamos un par de post-it, a mi el que más me gustaba es el que tenía esa frase de Verna Fields, “mothercuter”, la montadora – entre otras – de Tiburón: “If you can’t solve it, dissolve it”. En español no tiene gracia, pero es que a Juanfran le parecía que eso de los encadenados estaba muy mal, hasta que vio que no estaba tan mal. Y Sergio y yo empezamos a juntarnos en Pacífico a revisar todo y darle vueltas. Cuando me puso su primer montaje de sonido el corazón se me aceleró a mil.
Recuerdo cuando decidí volar a Londres con los 12 minutos de Noches Rojas. Fue por la escena de la mano atravesada por el clavo. Sonaba como los ángeles, sería más correcto decir como el infierno, pero la cuestión es que era una maravilla. Sergio coge el sonido directo y lo lleva a otro nivel. Lo mismo hizo con la escena de la Tabla Redonda.
Y allí estábamos, con la duda de si largarnos a Londres a mezclar o mezclar en Madrid. Finalmente mezclamos en suelo patrio (volvimos de Londres sin un duro, tanto que en Gatwick tuvimos que subir al avión con 25 kilos de película cada uno y convencer a las fuerzas de seguridad del aeropuerto más paranoico de Inglaterra de que no eran bombas). Allí íbamos, Sergio conduciendo, recordando los días de doblaje con Pablo y Jorge, con Kid Rock a todo trapo. Y por esas circunstancias de la vida, las fechas no coincidían y yo estaba rodando algún spot insulso el día que nos asignaban para terminar y no pude estar en la mezcla final. Sergio me miraba y yo le decía: “Confío en ti, coño”. Y yo estaba allí, en medio de la nada, rodando con un tipo que no sabía hablar y él me llamaba y por teléfono me ponía la película entera. A mi no me hacía falta, sabía que estaba bien. No sólo bien, mucho más que eso. Porque si Sergio le daba el visto bueno, el resto de palabras sobra.
Y lo más gordo, es que Sergio no pudo acudir a ningún estreno. No lo ha visto proyectado en 35, a excepción de la mezcla final. Últimamente cuando nos vemos nos dedicamos a hablar, pero no de cine. Hablamos de la vida, de las hostias, del fracaso, de los golpes de la vida.
Hablamos incluso en pasado, porque sabemos lo que nos espera. Con él, al fin del mundo.
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