Uno de los fenómenos de la historia del cine que más me entusiasma son los años 90. ¿Por qué? Porque fue la década en la que el cine independiente arrasó con todo lo que era y significaba y al más estilo niesztcheniano, cambió los valores de la industria cinematográfica: Lo que antes era sólo cine de arte y ensayo, pasó a ser cine comercial.
Peter Biskind, en su libro Sexo, mentiras y Hollywood hace el mejor análisis hasta la fecha sobre el tema. Yo, por mi parte, llené en su día 309 páginas que algún día verán la luz. Tanto el señor Biskind como yo, coincidimos en que Pulp Fiction y el señor Tarantino son la chispa que hace saltar todo el entramado, si bien intervienen muchos más jugadores en el asunto. Pero vayamos por partes.
Biskind dice en su libro: “Se ha discutido hasta la saciedad qué es lo que define una película independiente […]”, a lo que aporta la visión del reputado Sydney Pollack: “Independiente por lo general significaba ser una alternativa a los filmes precocinados o convencionales hechos por los estudios”. Biskind continúa: “Los indies [término que aborrezco] eran todo lo que Hollywood no era. Si Hollywood vendía fantasías y escapismo, a los independientes el realismo y el compromiso les venían como anillo al dedo. Si Hollywood evitaba los temas polémicos, los independientes los preferían a todos los demás. Si el cine de Hollywood recurría a las estrellas, los independientes preferían actores desconocidos, incluso a no actores. Si Hollywood se reservaba el derecho al montaje definitivo, los independientes lo reclamaban para ellos. Si Hollywood explotaba géneros a cielo abierto y hacía películas como salchichas, las películas independientes expresaban visiones personales y eran, en consecuencia, únicas y a prueba de secuelas. Si Hollywood hacía películas en comité, los independientes las hacían con sensibilidades individuales que escribían y dirigían y, a veces, filmaban y montaban. Si Hollywood empleaba directores contratados para hacer una película, los indies eran directores que rezaban en el altar del arte. Mientras los directores acumulaban BMW y casas en Malibú, los cineastas independientes hacían increíbles sacrificios y vivían en Nueva York […]. Hacían chanchullos, estafaban, mentían y engañaban, e incluso vendían drogas y hasta su propia sangre, si hacía falta, para financiar sus películas. […] Si Hollywood reflejaba el gusto popular, al que le hacía el juego, los independientes trabajaban sin pensar en el público, y si encontraban uno, era por milagrosa casualidad y se trataba de un mercado específico, no masivo”.
Todo esto ilustra perfectamente lo que, a principios de los 90, definía de una manera u otra lo que en el inconsciente colectivo se articulaba como “cine independiente”. Pero añado la última aportación a esas sentencias comparativas de Biskind, él la deja para el final, yo la pongo en un aparte, porque me parece la clave de todo el asunto: “Si las películas de Hollywood se insertaban en un sistema económico que amortiguaba el riesgo con mercados secundarios o auxiliares [vídeo, DVD, TV, cable…], los independientes se lanzaban de cabeza – a menudo tontamente – sin pensar en la distribución”.
Menuda movida había en Sundance – el epicentro del movimiento independiente americano – allá por los 90. Primero, un feucho y desgarbado tipejo de Baton Rouge gana el Premio del Público y, más tarde en Cannes la Palma de Oro, con su coñazo-emblema-del-movimeinto-independiente Sexo, mentiras y cintas de vídeo. Steven Soderbergh subió a lo más alto – luego caería en lo más bajo hasta que Clooney llegó en su rescate – para quitarle el puesto de abanderado de la independencia al ruidoso, follonero, molesto, activista y – quizá lo más importante en los USA – negro Spike Lee, con su rotunda maravilla Haz lo que debas. Primer paso, la primera palada de la tumba que los independientes se cavaron.
Luego aparece Tarantino, un tontolculo de Tennessee que dejó perplejo a todo Cristo con Reservoir Dogs y que, en 1994 gana la Palma de Oro en Cannes y revoluciona la industria independiente con Pulp Fiction. ¿Casualidad? Ni de coña.
Porque son tres factores los que transmutan los valores del panorama cinematográfico: 1) el Festival de Sundance; 2) Pulp Fiction; 3) Miramax. ¿Y qué coño es Miramax? Pues la productora/distrubidora de los hermanos Weinstein. Los tipos que empezaron comprando películas semiporno y acabaron lanzando a todos los independientes al estrellato, sobre todo a Tarantino. Sundance fue el faro, la punta del iceberg que guiaba al movimiento y Pulp Fiction la piedra filosofal a seguir. Con lo cual, Tarantino fue el rey pescador, el prototipo de director que había que ser. Aunque claro, ninguno de sus contemporáneos ha llegado a ser como él. ¿Y Miramax? Bueno, pues ellos eran sobre todo distribuidores, vieron el potencial de Tarantino y consiguieron que, una película que antes no se hubiera pasado más que en salas de arte y ensayo, ahora se viera en todos los multicines. ¿Cómo? Con astucia, acaparando la distribución, transmutando los valores de la industria. En palabras de Biskind: “Los que nos proporcionaban esas historias eran los distribuidores, los que comercializaban las películas, y si los años setenta fueron la década de los directores, los noventa fueron la de los distribuidores. Históricamente, el marketing siempre ha estado en el centro del negocio independiente. Si el producto especializado no hacía dinero, entonces no podía existir y, la mayoría de las distribuidoras, las dirigían gente de marketing”.
Existe una clara confusión en torno al término “independiente”. Todo lo que antes Biskind nos ha dicho acerca de las características que definen a las películas independientes, son precisamente las que crean la confusión. Todo eso por supuesto que es la esencia de un movimiento cinematográfico que, desde principios de los 80 hasta mediados de los 90, ha dado lugar a Tarantino, Van Sant, Linklater, P.T. Anderson, Wes Anderson, Kevin Smith, Soderbergh, Rockwell, Mangold, Robert Rodríguez, DiCillo, Haynes, Solondz, Alexander Payne, Hartley o Aronofsky; pero la propia palabra independiente, si bien al principio pudo tener algún sentido, poco a poco perdió su significado.
A partir de Pulp Fiction, el cine independiente dejó de existir, se convirtió en cine comercial. Eso no es algo malo – como lo ven muchas personas que no paran a leer entre líneas – todo lo contrario. En una época en la que los éxitos que Tony Scott o John McTiernan (por citar a dos paradigmas del high concept de los 80) ya no eran gran cosa y que, como en el caso de Scott, recurrían a guiones de Tarantino (Amor a quemarropa) para lavar su imagen, hay que renovarse o morir. A principios de los 90, el high concept – las películas espectáculo sin más chicha que esa – eran redundantes, pesadas y aburridas. Por el contrario, el cine independiente rebosaba de talentos, ganas de hacer cosas nuevas y de aportar ideas revolucionarias. En el fondo, la misma historia contada de otro modo, pero a la vista sumamente refrescante. Ahí estaban Reservoir Dogs, Clerks, Vivir rodando o En la sopa. Ejemplos de lo que el cine podía traer. Miramax fue el trampolín desde el que hacer saltar todo eso. Sin los hermanos Weinstein, el cine independiente habría acabado siendo comercial, pero no de la misma manera, ni con la misma rapidez y, muy probablemente, sin las mismas estrellas. La mayor de ellas, Tarantino.
Hollywood pedía a gritos savia nueva, renovarse o morir. Y no puede morir, no mientras la máquina siga funcionando y siga dando dinero, porque señoras y señores, el cine no se hace sin dinero. La dicotomía arte/industria se tambalea estrepitosamente con la comercialización del cine independiente. La mayor parte de directores independientes de los 80 y primeros 90, ahora hacen bodrios comercialoides: Van Sant (Psicosis, El indomable Hill Hunting, Elephant); Soderbergh (Ocean’s 11, 12 y 13); Mangold (En la cuerda floja); Kevin Smith (Una chica de Jersey); Rick Linlater (Antes/Después de que anochezca). Y, por otra parte, están los desaparecidos, los que no han podido con el sistema, los que se han devorado a sí mismos, porque la “independencia” tal y como ellos creían no existe y, una vez hechas comerciales las películas que se creían independientes, ellos se han quedado sin su parte del pastel. Los casos más claros, el resto de la “Clase del 92 de Sundance”: Alexandre Rockwell y Alinson Anders. Los mismos tipos que hicieron Four Rooms con Tarantino y Rodríguez, como vehículo promocional del nuevo cine independiente y se cavaron su propia tumba.
¿Y qué hacen ahora Tarantino y Rodríguez? Precisamente, ser los más independientes de todos. ¿Por qué? Porque hacen lo que quieren. Con Grindhouse han hecho lo que les ha dado la gana. Tarantino lo lleva haciendo siempre, pero Rodríguez ha tenido que comerse mucha mierda para poder hacer los bodrios que le gustan. Sin embargo, ahora han hecho todas las locuras que han querido, a su bola, sin molestias y, además, tienen distribución. ¿De quién? De Dimension, la filial de Miramax que lleva las peliculitas un poco más extrañas.
Yo no encuentro adecuado el término “cine independiente” cuando se refiere a todos esos directores de la generación Sundance. Sí que vería mucho mejor “cine alternativo”, porque en su día fue una alternativa – como Pollack decía – al cine de Hollywood. Pero no se le puede llamar independiente. Sí que quizá lo fue de una manera embrionaria, pero yo creo que el término “independiente” engloba dos conceptos distintos: Por un parte, la parte creadora. Deudora de la teoría de auteur y todo ese embrollo. Es decir, un cineasta que crea una película, no un comité ejecutivo que la encarga. Por otra parte, si una película es independiente, ¿qué cauces de distribución debería tener? Ninguno oficial. Debería ser pasto exclusivo de las salas de arte y ensayo, porque ni su morfología, ni sus argumentos coinciden con lo que las majors introducen en las carteleras. Por eso, creo que la palabra independiente para el cine – de la música pienso lo mismo – se emplea muy gratuitamente intentando describir algo más honesto que las secuelas de Piratas del Caribe. Y sí que estoy de acuerdo, con que todas las películas que tienen algo más que esos productos prefabricados, tienen un valor añadido. Pero también creo que no deben aprovecharse de un término que no les pertenece.
Para mí el cine independiente existe. En cuanto al concepto de autor, existe en Kubrick – hizo las películas que quiso –, Woody Allen – sigue haciendo las películas que le da la gana – y, aunque hay algunos otros, también en Tarantino, básicamente porque toda su carrera ha hecho las películas que más le ha apetecido hacer, sin restricciones. En cuanto a la distribución, quizá las películas de la Troma o las de Russ Meyer puedan ser claros ejemplos de películas independientes. Ahora ¿quién coño las ve?
No importa que el dinero con el que se hagan las películas venga o no de una major para que la película sea o no sea independiente. Importa cómo se haga y cómo se distribuya esa película, a qué público alcance y de qué modo se venda. Pero claro, hay que tener cuidado con la fina línea que separa "alternativo" de "independiente", porque no es lo mismo.
Harvey Weinstein siempre dice que Tarantino es intocable. Cuando le preguntan porqué, él responde: “Un poco de respeto. Ése hombre hizo a esta empresa” [Miramax]. Pero debería más bien ser Tarantino quien dijera: “Eh, un momento. Ni se les ocurra hablar mal de Miramax, fueron ellos los que me hicieron a mi”. La distribución hizo al cine independiente lo que es hoy. Consiguió que un puñado de directores y películas que no hubiera visto ni dios, fueran el ejemplo a seguir por los nuevos cineastas y las películas palomiteras del nuevo siglo.
Godard dijo una vez: “Para hacer una película todo lo que hace falta es una chica y una pistola”. Si hubiera añadido "y una buena distribución", habría dado en el clavo.
Peter Biskind, en su libro Sexo, mentiras y Hollywood hace el mejor análisis hasta la fecha sobre el tema. Yo, por mi parte, llené en su día 309 páginas que algún día verán la luz. Tanto el señor Biskind como yo, coincidimos en que Pulp Fiction y el señor Tarantino son la chispa que hace saltar todo el entramado, si bien intervienen muchos más jugadores en el asunto. Pero vayamos por partes.
Biskind dice en su libro: “Se ha discutido hasta la saciedad qué es lo que define una película independiente […]”, a lo que aporta la visión del reputado Sydney Pollack: “Independiente por lo general significaba ser una alternativa a los filmes precocinados o convencionales hechos por los estudios”. Biskind continúa: “Los indies [término que aborrezco] eran todo lo que Hollywood no era. Si Hollywood vendía fantasías y escapismo, a los independientes el realismo y el compromiso les venían como anillo al dedo. Si Hollywood evitaba los temas polémicos, los independientes los preferían a todos los demás. Si el cine de Hollywood recurría a las estrellas, los independientes preferían actores desconocidos, incluso a no actores. Si Hollywood se reservaba el derecho al montaje definitivo, los independientes lo reclamaban para ellos. Si Hollywood explotaba géneros a cielo abierto y hacía películas como salchichas, las películas independientes expresaban visiones personales y eran, en consecuencia, únicas y a prueba de secuelas. Si Hollywood hacía películas en comité, los independientes las hacían con sensibilidades individuales que escribían y dirigían y, a veces, filmaban y montaban. Si Hollywood empleaba directores contratados para hacer una película, los indies eran directores que rezaban en el altar del arte. Mientras los directores acumulaban BMW y casas en Malibú, los cineastas independientes hacían increíbles sacrificios y vivían en Nueva York […]. Hacían chanchullos, estafaban, mentían y engañaban, e incluso vendían drogas y hasta su propia sangre, si hacía falta, para financiar sus películas. […] Si Hollywood reflejaba el gusto popular, al que le hacía el juego, los independientes trabajaban sin pensar en el público, y si encontraban uno, era por milagrosa casualidad y se trataba de un mercado específico, no masivo”.
Todo esto ilustra perfectamente lo que, a principios de los 90, definía de una manera u otra lo que en el inconsciente colectivo se articulaba como “cine independiente”. Pero añado la última aportación a esas sentencias comparativas de Biskind, él la deja para el final, yo la pongo en un aparte, porque me parece la clave de todo el asunto: “Si las películas de Hollywood se insertaban en un sistema económico que amortiguaba el riesgo con mercados secundarios o auxiliares [vídeo, DVD, TV, cable…], los independientes se lanzaban de cabeza – a menudo tontamente – sin pensar en la distribución”.
Menuda movida había en Sundance – el epicentro del movimiento independiente americano – allá por los 90. Primero, un feucho y desgarbado tipejo de Baton Rouge gana el Premio del Público y, más tarde en Cannes la Palma de Oro, con su coñazo-emblema-del-movimeinto-independiente Sexo, mentiras y cintas de vídeo. Steven Soderbergh subió a lo más alto – luego caería en lo más bajo hasta que Clooney llegó en su rescate – para quitarle el puesto de abanderado de la independencia al ruidoso, follonero, molesto, activista y – quizá lo más importante en los USA – negro Spike Lee, con su rotunda maravilla Haz lo que debas. Primer paso, la primera palada de la tumba que los independientes se cavaron.
Luego aparece Tarantino, un tontolculo de Tennessee que dejó perplejo a todo Cristo con Reservoir Dogs y que, en 1994 gana la Palma de Oro en Cannes y revoluciona la industria independiente con Pulp Fiction. ¿Casualidad? Ni de coña.
Porque son tres factores los que transmutan los valores del panorama cinematográfico: 1) el Festival de Sundance; 2) Pulp Fiction; 3) Miramax. ¿Y qué coño es Miramax? Pues la productora/distrubidora de los hermanos Weinstein. Los tipos que empezaron comprando películas semiporno y acabaron lanzando a todos los independientes al estrellato, sobre todo a Tarantino. Sundance fue el faro, la punta del iceberg que guiaba al movimiento y Pulp Fiction la piedra filosofal a seguir. Con lo cual, Tarantino fue el rey pescador, el prototipo de director que había que ser. Aunque claro, ninguno de sus contemporáneos ha llegado a ser como él. ¿Y Miramax? Bueno, pues ellos eran sobre todo distribuidores, vieron el potencial de Tarantino y consiguieron que, una película que antes no se hubiera pasado más que en salas de arte y ensayo, ahora se viera en todos los multicines. ¿Cómo? Con astucia, acaparando la distribución, transmutando los valores de la industria. En palabras de Biskind: “Los que nos proporcionaban esas historias eran los distribuidores, los que comercializaban las películas, y si los años setenta fueron la década de los directores, los noventa fueron la de los distribuidores. Históricamente, el marketing siempre ha estado en el centro del negocio independiente. Si el producto especializado no hacía dinero, entonces no podía existir y, la mayoría de las distribuidoras, las dirigían gente de marketing”.
Existe una clara confusión en torno al término “independiente”. Todo lo que antes Biskind nos ha dicho acerca de las características que definen a las películas independientes, son precisamente las que crean la confusión. Todo eso por supuesto que es la esencia de un movimiento cinematográfico que, desde principios de los 80 hasta mediados de los 90, ha dado lugar a Tarantino, Van Sant, Linklater, P.T. Anderson, Wes Anderson, Kevin Smith, Soderbergh, Rockwell, Mangold, Robert Rodríguez, DiCillo, Haynes, Solondz, Alexander Payne, Hartley o Aronofsky; pero la propia palabra independiente, si bien al principio pudo tener algún sentido, poco a poco perdió su significado.
A partir de Pulp Fiction, el cine independiente dejó de existir, se convirtió en cine comercial. Eso no es algo malo – como lo ven muchas personas que no paran a leer entre líneas – todo lo contrario. En una época en la que los éxitos que Tony Scott o John McTiernan (por citar a dos paradigmas del high concept de los 80) ya no eran gran cosa y que, como en el caso de Scott, recurrían a guiones de Tarantino (Amor a quemarropa) para lavar su imagen, hay que renovarse o morir. A principios de los 90, el high concept – las películas espectáculo sin más chicha que esa – eran redundantes, pesadas y aburridas. Por el contrario, el cine independiente rebosaba de talentos, ganas de hacer cosas nuevas y de aportar ideas revolucionarias. En el fondo, la misma historia contada de otro modo, pero a la vista sumamente refrescante. Ahí estaban Reservoir Dogs, Clerks, Vivir rodando o En la sopa. Ejemplos de lo que el cine podía traer. Miramax fue el trampolín desde el que hacer saltar todo eso. Sin los hermanos Weinstein, el cine independiente habría acabado siendo comercial, pero no de la misma manera, ni con la misma rapidez y, muy probablemente, sin las mismas estrellas. La mayor de ellas, Tarantino.
Hollywood pedía a gritos savia nueva, renovarse o morir. Y no puede morir, no mientras la máquina siga funcionando y siga dando dinero, porque señoras y señores, el cine no se hace sin dinero. La dicotomía arte/industria se tambalea estrepitosamente con la comercialización del cine independiente. La mayor parte de directores independientes de los 80 y primeros 90, ahora hacen bodrios comercialoides: Van Sant (Psicosis, El indomable Hill Hunting, Elephant); Soderbergh (Ocean’s 11, 12 y 13); Mangold (En la cuerda floja); Kevin Smith (Una chica de Jersey); Rick Linlater (Antes/Después de que anochezca). Y, por otra parte, están los desaparecidos, los que no han podido con el sistema, los que se han devorado a sí mismos, porque la “independencia” tal y como ellos creían no existe y, una vez hechas comerciales las películas que se creían independientes, ellos se han quedado sin su parte del pastel. Los casos más claros, el resto de la “Clase del 92 de Sundance”: Alexandre Rockwell y Alinson Anders. Los mismos tipos que hicieron Four Rooms con Tarantino y Rodríguez, como vehículo promocional del nuevo cine independiente y se cavaron su propia tumba.
¿Y qué hacen ahora Tarantino y Rodríguez? Precisamente, ser los más independientes de todos. ¿Por qué? Porque hacen lo que quieren. Con Grindhouse han hecho lo que les ha dado la gana. Tarantino lo lleva haciendo siempre, pero Rodríguez ha tenido que comerse mucha mierda para poder hacer los bodrios que le gustan. Sin embargo, ahora han hecho todas las locuras que han querido, a su bola, sin molestias y, además, tienen distribución. ¿De quién? De Dimension, la filial de Miramax que lleva las peliculitas un poco más extrañas.
Yo no encuentro adecuado el término “cine independiente” cuando se refiere a todos esos directores de la generación Sundance. Sí que vería mucho mejor “cine alternativo”, porque en su día fue una alternativa – como Pollack decía – al cine de Hollywood. Pero no se le puede llamar independiente. Sí que quizá lo fue de una manera embrionaria, pero yo creo que el término “independiente” engloba dos conceptos distintos: Por un parte, la parte creadora. Deudora de la teoría de auteur y todo ese embrollo. Es decir, un cineasta que crea una película, no un comité ejecutivo que la encarga. Por otra parte, si una película es independiente, ¿qué cauces de distribución debería tener? Ninguno oficial. Debería ser pasto exclusivo de las salas de arte y ensayo, porque ni su morfología, ni sus argumentos coinciden con lo que las majors introducen en las carteleras. Por eso, creo que la palabra independiente para el cine – de la música pienso lo mismo – se emplea muy gratuitamente intentando describir algo más honesto que las secuelas de Piratas del Caribe. Y sí que estoy de acuerdo, con que todas las películas que tienen algo más que esos productos prefabricados, tienen un valor añadido. Pero también creo que no deben aprovecharse de un término que no les pertenece.
Para mí el cine independiente existe. En cuanto al concepto de autor, existe en Kubrick – hizo las películas que quiso –, Woody Allen – sigue haciendo las películas que le da la gana – y, aunque hay algunos otros, también en Tarantino, básicamente porque toda su carrera ha hecho las películas que más le ha apetecido hacer, sin restricciones. En cuanto a la distribución, quizá las películas de la Troma o las de Russ Meyer puedan ser claros ejemplos de películas independientes. Ahora ¿quién coño las ve?
No importa que el dinero con el que se hagan las películas venga o no de una major para que la película sea o no sea independiente. Importa cómo se haga y cómo se distribuya esa película, a qué público alcance y de qué modo se venda. Pero claro, hay que tener cuidado con la fina línea que separa "alternativo" de "independiente", porque no es lo mismo.
Harvey Weinstein siempre dice que Tarantino es intocable. Cuando le preguntan porqué, él responde: “Un poco de respeto. Ése hombre hizo a esta empresa” [Miramax]. Pero debería más bien ser Tarantino quien dijera: “Eh, un momento. Ni se les ocurra hablar mal de Miramax, fueron ellos los que me hicieron a mi”. La distribución hizo al cine independiente lo que es hoy. Consiguió que un puñado de directores y películas que no hubiera visto ni dios, fueran el ejemplo a seguir por los nuevos cineastas y las películas palomiteras del nuevo siglo.
Godard dijo una vez: “Para hacer una película todo lo que hace falta es una chica y una pistola”. Si hubiera añadido "y una buena distribución", habría dado en el clavo.
6 comentarios:
He leído con mucho interés tu artículo.
Coincide con una discusión a la que llevo días dándole vueltas a la cabeza.
Es del tipo: Te encuentras a alguien por la calle. Hablais de las pelis que os gusan y te dice la persona en cuestión:
"Yo paso del cine comercial -se retuerce la rasta que baja por el mentón-, a mi, lo que de verdad me va es el CINE INDEPENDIENTE".
Y te quedas pensando que coño responder. Evidentemente, esa persona, ha intentando salvar su alma a través de una de los conceptos más rancios de toda la culturilla de alpargata que inunda a los jóvenes españoles. A saber, lo comercial, es malo (ya sabéis... LO HACEN PARA GANAR DINERO, ¿sabes?) y lo independiente, lo "indie", es la repera.
Ahora claro, ¿qué es lo que pasa cuando es Disney quién está detrás del lanzmiento en salas de buena parte del "cine llamado independiente", a través de su filial BuenaVista (la que hacía el Club Disney, un ejemplo de independencia... jej).
¿Qué es lo que pasa entonces?
Pues que intentas abrir los ojos a la persona en cuestión. Le explicas que todo forma parte de un mainstream muy calculado, para simular un aura diferente en productos que vienen de la misma cuna. Es decir, para dar un poco a hablar a todos los gafapasta enrrollados y pendencieros a la vez que tendenciosos.
Es entonces cuando esa persona te mira y te empieza a descartar como compañero de cena y cama. Tendrás que guardar las velas para otro día, amigo. Por no hablar de los condones (¡!).
Y es que, como todo forma parte de un juego de manipulación, NO PUEDES METERTE con las vacas sagradas que han sido subidas a los altares de manera injusta a través de astutas herramientas de MK: ahora la gente tiene sus ídolos, no son Spielberg ni compañia (esos ya tuvieron su gloria, están pasados de moda)son Spike Jonze, Andy Kaufman y Michel Gondry... Auténticos reyes del aburrimiento cinematográfico, del espectáculo insulso y del efecto digital gratuito.
Ellos son los nuevos reyes. Si quieres estar "on", mejor será que no te metas con ellos, ni con Amelie... ni con su puta madre.
Ya está bien... si todo esto es así... ¿Dónde diablos queda la independencia del espectador, que, al fin y al cabo, es el que paga las facturas?
Las facturas y las fracturas! A mi Jonze, Gondry y Kaufman también me aburren soporíferamente. No les veo la gracia, la verdad. Y sí, no es nada aceptado que te guste un tipo de cine que no se considera "justo".
A mi me la impresión de que la conciencia general quiere imponer a la industria cinematográfica (es una industria, porqué no) las leyes de la Responsabilidad Social y que solo se puedan hacer películas que calmen la conciencia del espectador. A mí, "El jardinero fiel" me parece un peliculón en toda regla, no estoy en contra del cine que denuncia las putadas de este mundo. Pero no estoy a favor de los que piensan que el cine que no trata temas sociales o temas "candentes" no merece la pena.
Existe mucha culpabilidad (cristiana o no) alrededor de este tema. Muchos de esos espectadores se sienten fatal si ven una peli de acción, sin embargo si ven una denuncia social, acallan su conciencia y piensan quizá. "bueno, he apoyado a esta película viéndola, por lo tanto he apoyado a la situación que denuncia".
No lo sé. Este es un tema muy controvertido y no todo el cine independiente tiene que ser social, ni todo el cine comercial tiene porqué ser fuegos de artificio. "El jardinero fiel" no tiene nada de independiente. Y yo les puedo asegurar que, por ejemplo, "Noches Rojas" tiene todo de independiente y nada de social. Aunque un transfondo de denuncia tiene, no va a ser una película vacía.
Amigo Víctor, qué bien que de vez en cuando hablemos de estas cosas, joder. Cómo usted ha dicho: "Mucha calidad en el blog, hoy"
A mi no me trates de usted,hombre.
Bueno, bueno. Era sólo porque la ocasión solemne me parecía que lo requería. Por fin un poco de debate cinematográfico me ha excitado de tal manera que hasta se me ha ido la pinza de ese modo. Jejeje
Pues tarde debido a los exámenes, pero ya que sus ponéis a opinar a mí el jardinero fiel me parece que tiene más metraje del que interesa para contar la historia. Por contra, y sabiendo que es cine puramente comercial desde su producción hasta su distribución, me parece que explotando la denuncia social "diamante de sangre" es un películón de los grandes. Porque te entretiene, te hace temblar, te hace morderte las uñas y tiene un gran mensaje detrás, además de una gran dosis de ñoñería que no viene nada mal de vez en cuando.
Y ya de paso os invito a mi nuevo blog,dónde no he dudado en recomendar estas líneas.
unmundoimplacable.blogspot.com
No he visto "Diamante de sangre" y eso que en su día me moría de ganas de verla. Pero caerá, ya lo creo que caerá... Echaré un ojo a su blog!
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