domingo, 9 de septiembre de 2007

Y, de repente, Verano del 42

Seguimos con un poco más de cine, para que luego no digáis.
Hace mucho tiempo que deberíamos haber hablado de esta película. Ahora, con la excusa de una colaboración para el lanzamiento de la nueva página multidisciplinar
buffering.es , he aprovechado para volver a verla y comentarla. Aquí tenéis el resultado.


Verano del 42 es una película narrada desde la evocación nostálgica de aquel que sabe que no es posible la vuelta atrás. De ahí que una embargadora sensación de retorno al pasado invada cada fotograma de la proyección desde su mismo inicio. Los títulos de crédito sobre fotogramas congelados y las hermosas notas del leitmotiv musical compuesto por Michel Legrand, se encargan de ello.

Robert Mulligan, el director del film, es uno de los realizadores más capacitados de toda la Generación de la Televisión norteamericana. Fue alabado por cineastas coetáneos de la altura de François Truffaut (y cito de memoria): "Si existieran más directores como Mullingan, el mundo sería un lugar mejor."

La historia que Mulligan narra es sencilla: mientras en Europa los aliados luchan contra las fuerzas hitlerianas, el adolescente Hermie (Gary Grimes) pasa el verano con su familia en una bucólica isla de los EE.UU. Como nos advierte la voz en off, locutada por el propio director, sus padres convencieron a otras familias del vecindario para acompañarles en el paréntesis estival. Así, Hermie disfruta de las vacaciones con sus inseparables amigos: el bruto de Oscy (Jerry Houser) y el todavía infantil Benjie (Oliver Conant). Desde la primera conversación que presenciamos entre ellos, queda patente que no nos encontramos ante un verano cualquiera.

Este verano singular, el verano del despertar sexual, se despliega ante nuestros ojos a través de un emotivo desfile de imágenes que nos remiten a lugares comunes: los primeros aprendizajes sexuales a través del libro que Benjie sustrae de la librería de su madre; la perturbación que provoca la visión de la ropa interior femenina secándose al viento; el primer abrazo a una chica en el cine; el intento constante por parecer mayores de lo que son... Un viaje que nos permitirá revisitar, como espectadores, situaciones y encuentros que se produjeron hace miles de meses, bajo el cálido sol y la arena mojada. Como la secuencia en la que un acongojado Hermie compra por primera vez preservativos y se encuentra con su cita en la tienda.

A mitad de metraje, cuando Hermie y Oscy emprenden su particular itinerario sexual, el niño Benjie desaparece de la narración. Sin embargo, el director no otorgará la misma importancia a las dos iniciaciones sexuales. Por un lado, retrata las primeras relaciones de Oscy con un tono humorístico que roza lo frívolo y lo irreal. Por otro lado, detalla con ahínco la intensa relación de Hermie y Dorothy, conflicto que vertebra el film y del que nace su razón de ser. Como nos indica el narrador, Hermie desde la edad adulta, al principio del film:

Aquella casa de allá arriba, era la casa de ella. Y nunca, desde el primer día en que la vi, me ha sucedido nada tan sobrecogedor, ni tan desconcertante. Por que nunca he conocido a ninguna otra persona que me haya echo sentirme más seguro y más inseguro. Más importante y más insignificante.”

El marido de Dorothy es enviado a luchar en la II Guerra Mundial. No regresará. Su ausencia primero y luego, su defunción, favorecerán un acercamiento entre la madura Dorothy y el adolescente Hermie. Y aquí reside la auténtica valía de la película: Mulligan tiene la valentía de narrar estos delicados momentos con una sensibilidad fuera de lo común, elevando la categoría de lo concreto a los altares de la universalidad.

Por esta razón, el tercio final de la película es casi completamente mudo en cuanto a diálogos se refiere. En él, las palabras dejan paso a los actos, que son descritos con parsimoniosa elegancia, permitiendo que nos recreemos en cada pequeño detalle. Por ello es especialmente destacable la utilización que se hace aquí del diseño de sonido: cuando Hermie llega a la casa de Dorothy, no la encuentra. El adolescente deambula por las silentes estancias hasta que, a través de un telegrama, descubre que el marido de Dorothy ha sido asesinado. Entonces ella aparece y se abrazan, sin cruzar una sola línea de diálogo. Bailan uno sobre el hombro del otro, al compás de la partitura de Michel Legrand. La canción termina, pero el baile continúa, ajeno al entorno. Con el rozamiento regular de la aguja sobre el vinilo, asistimos al beso; luego, la pareja, dominada por el rítmico romper de las olas, pasa a la habitación conyugal. Y allí, entre azules visillos, hacen el amor.

Al día siguiente Hermie se encuentra con Oscy, al que ignora para dirigirse de nuevo a la casa de Dorothy, una construcción que recuerda al gótico americano que inmortalizara en sus pinturas Edward Hopper. Allí solo encuentra una carta en la que Dorothy se despide de él. Es entonces cuando vuelve la voz en off, para dictar las frases que cierran el film:

Nunca la volví a ver. Ni supe nunca que había sido de ella. Entonces éramos distintos. Los niños éramos distintos, tardábamos mucho en entender lo que sentíamos. La vida está hecha de continuos ir y venir. Y por cada cosa que encontramos, hay algo que dejamos atrás. [...] En un sentido muy especial, yo perdí a Hermie para siempre.”

En definitiva, más allá de las historias de iniciación sexual que relata el film, sus imágenes, hilvanadas con la sabia precisión de un relojero, nos arrojan sin defensa posible al amargo pozo del tiempo: el lugar donde la fugacidad de la vida mece a la inocencia perdida. De ahí que sus luminosas imágenes filmadas casi siempre en exteriores, sobrecojan nuestro espíritu y produzcan un nudo en nuestra garganta.

Es entonces cuando comprendes que aquel verano de 1942 que imaginaron, a partir de sus propias vivencias, Roucher y Mulligan, es el mismo verano que pasó de soslayo, casi sin importancia, por tu vida. Aquel verano en el que compartías juegos con los amigos de la playa. Aquel verano en el que la azulada luz del Mediterráneo bañó las sonrisas y perfiló las miradas; y, por qué no, aquel verano en el que te cruzaste con aquella chiquilla que caminaba de puntillas esparciendo a los cuatro vientos la última fragancia extraída de la flor de la vainilla.

Ha pasado mucho tiempo desde aquel año 1942. El verano dorado que Robert Mulligan y su equipo reconstruyeron en 1971 para rastrear el germen de las convulsiones sociales que estallaron en la década anterior. Me atrevo a decir que, desde entonces, todos los veranos son tan sólo un remake de aquellos soleados días en 35 mm.

VB

FICHA TÉCNICA

VERANO DEL 42 (Summer of ’42, 1971)

Dirección: Robert Mulligan.

Guión: Herman Raucher.

Fotografía: Robert Surtees.

Música: Michel Legrand.

Dirección de arte: Marvin March.

Montaje: Folmar Blangsted

Producción: Albert Brenner.

Intérpretes: Hermie (Gary Grimes), Oscy (Jerry Houser), Benjie (Oliver Conant), Dorothy (Jennifer O’Neill).

Duración original: 103 minutos.

Nacionalidad: Estados Unidos.


Filmografía de Robert Mulligan:

Verano en Louisiana (The Man in the Moon, 1991)

El corazón de Clara (Clara's Heart, 1988)

Bésame y esfúmate (Kiss Me Goodbye, 1982)

Stony, sangre caliente (Bloodbrothers / A Father's Love, 1978)

El próximo año a la misma hora (Same Time, Next Year,1978)

El hombre clave (The Nickel Ride, 1974)

El Otro (The Other, 1972)

Verano del 42 (Summer of '42, 1971)

Buscando la felicidad (The Pursuit of Happiness, 1971)

La noche de los gigantes (The Stalking Moon, 1969)

Up the Down Staircase, 1967)

La rebelde (Inside Daisy Clover, 1965)

La última tentativa (Baby the Rain Must Fall, 1965)

Amores con un extraño (Love with the Proper Stranger, 1963)

Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962)

Camino de la jungla (The Spiral Road, 1962)

Cuando llegue septiembre (Come September, 1961)

El Gran Impostor (The Great Impostor, 1961)

Perdidos en la gran ciudad (The Rat Race, 1960)

El precio del éxito (Fear Strikes Out, 1958)


1 comentario:

Aragüés dijo...

Es que me tocas la fibra, hombre, Yo la vi de niño y me volví loco. Fue un verano, con un calor asfixiante y la escena del tocadiscos la recordaré toda mi vida. Siempre he creído que esa frase de Truffaut es un acierto como la copa de un pino, Robert Mulligan es una maravilla lo mires por donde los mires. Ojalá existieran más películas así!