¡Seguimos de celebración, continuando la programación de Peckinpah en la Filmoteca! Hace tan sólo unos días, Víctor, Marcos y yo pudimos disfrutar - una vez más - de esa agridulce mirada al western y al cachondeo que es La balada de Cable Hogue.
Sin embargo, el domingo me quedé sin ver mi predilecta Los aristócratas del crimen (los avispados ya habrán percibido que mi sello actual se llama The killer elite). Dejé pasar delante a una chica que llegó a la taquilla a la vez que yo ¡y se llevó la entrada! No hablaré de la mala hostia que se me puso, pero sí que intentaré escaparme del inminente rodaje de Bustamante. Uno de los nuestros, para ver aunque sea el principio y las secuencia del aeropuerto. Ya sé que a la gran mayoría de los que la hayan visto - como es el caso del buen amigo Víctor - no la consideraban sino una soberana estupidez, pero a mí me llegó en su día, precisamente por su absoluta imperfección y malditismo y creo que es una de las obras representativas de la autodestrucción de su director y una muestra de esa especie de serie B de éxito que se puso de moda en los 70 y que tanto adoro.
Ayer, disfruté en solitario de Pat Garret & Billy the Kid. Debía hacerlo así, para reencontrar muchos de los fantasmas del pasado que se quedaron en esa película. The Getaway y Pat Garret son la cima de la carrera de Peckinpah, sus dos películas más redondas. Sin el virtuosismo de Grupo Salvaje ni la desmesura maravillosa de Quiero la cabeza de Alfredo García, son una muestra de un cineasta en plena forma, de ese momento del subidón, justo un instante antes de los efectos secundarios. Y es que el cine de Peckinpah es imposible de entender sin el alcohol (y las drogas en su última etapa). El amigo Sam, que se curaba los catarros a base de palmeros de ginebra y whisky, estaba con el "puntillo" a la hora de hacer esas dos películas tan seguidas - son prácticamente del mismo año - en el 72 La huida y en el 73 Pat Garret. Después, el amigo descubrió la cocaína en cantidades industriales y eso se deja ver en las películas posteriores, como es el caso de The killer elite.
En 1973 Peckinpah perdió toda la inocencia que le quedaba. Pat Garret está llena de ella. No una inocencia de estúpido, sino inocencia en el sentido de honestidad. No dejó de ser honesto, pero toda mirada amable al mundo, se borró tras esa película. En Alfredo García no hay ni un atisbo de esperanza, The killer elite es una canto de cisne totalmente angustiado, para qué decir nada de la agonía que inunda La cruz de hierro y así puedo seguir con Convoy y Clave: Omega.
El momento en que Slim Pickens muere en Pat Garret, con Knocking at heaven's door y un sol mortecino en el horizonte, es la propia muerte de Peckinpah la que vemos en la pantalla. Significativo es que sea el propio Peckinpah interprete un pequeño cameo al final de la película como fabricante de ataúdes. Además, los hace todos para niños (¿símbolo de la inocencia muerta? ¿La muerte de Billy el Niño es la muerte de lo que de inocente le queda?) y es él mismo quien dice una frase, como en voz alta, que es: "Tu peor enemigo está dentro de ti mismo".
Fue Peckinpah quien dijo que jamás había odiado tanto a la industria, como después de que le machacaran Pat Garret, la que sin duda había sido su proyecto más personal y en la que había volcado más energías y esperanzas, pues no sólo es su último western, sino que es su despedida del mundo, ya que todo lo que viene después no son sino bosquejos del mundo moderno en descomposición al que él odia.
Jamás he visto un western como ese, con esos escenarios, esa dirección artística y ese nihilismo impregnado en cada fotograma. Incluso cuando Billy cabalga con la puesta de sol, lo hace reflejado en un lago, es decir, con la imagen invertida, la antítesis del clasicismo. Los puebluchos asquerosos, lo hediondo de la sociedad del far west, los personajes andrajosos, viejos, sucios... el clima de favoritismos, influencias de terratenientes, el juego sucio de los políticos, aprovechándose de las vidas sin rumbo de los ciudadanos de a pie no han sido tan puros en otra película como en esta.
Cuando Pat Garret & Billy the Kid termina, la sensación que me queda es de un melancólico sueño que se esfumó, de esa libertad que se suponía que eran Los Estados Unidos y que fue aplastada por los dólares. De una tierra preciosa y en la que cabían todos, a un latifundio vallado. "Están poniendo vallas a esta tierra" dicen en casi todos los westerns de Peckinpah y es que así lo sentía él en su corazón, como alambre de espino que se le clavara, cada vez que no lograba hacer el cine que le habían prometido.
Pero ¿qué podía hacer él, si él mismo era su peor enemigo...?
1 comentario:
Brillante, querido amigo.
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