jueves, 17 de abril de 2008

La propuesta más honesta

Hay cineastas honrados, como John Ford. Honrados en el sentido de que sus películas, el cuanto al contenido, al fondo, al paisaje y al mensaje ofrecen una clara perspectiva determinada y al servicio de unos postulados morales claros, incluso moralistas. Son lecciones de vida y de conciencia social. 

En cambio, hay otros cineastas, como es el caso de Sam Peckinpah, que son honestos. ¿Por qué? Porque sus películas, su contenido, su forma, su trasfondo y su mensaje responden únicamente a su propio individualismo. La tesis de  su obra tiene importancia en cuanto a lo que el propio cineasta considera importante para sí mismo, no para la sociedad. Precisamente, esto se ve clarísimo en Peckinpah ya que la sociedad que se ve representada en sus películas no es el reflejo de lo que debería ser, sino el adiós de lo que fue. El mundo de Peckinpah se muestra siempre en pasado porque es un mundo que está cambiando, no es ninguna idealización del mismo.

Estos días estoy disfrutando de tener la Filmoteca Española al lado de casa y, con el buen amigo Víctor, he tenido el placer de admirar - una vez más - las películas de San Peckinpah (que sí, que sí, es es santo). 

Aún me quedan unas cuantas, pero hoy quería referirme especialmente a una de mis  favoritas - no sólo de entre todas las cintas del cineasta californiano, sino de toda la historia del cine -. A menudo  es una de las olvidadas en las biografías y, cuando se habla de ella, se hace siempre tratándola como una obra menor. Es muy posible que Junnior Bonner pueda inscribirse bajo el epígrafe de "obra menor", en el sentido de que no hace unos planteamientos  tan rotundos como Grupo Salvaje o Pat Garret & Billy the kid, o también porque Peckinpah la rodó entre dos títulos más conocidos como son Perros de paja y La huida (de todas sus películas, mi favorita).

Junior Bonner creo que es una de las mejores películas de Peckinpah, porque es muy posiblemente su película más honesta. Una historia que, aparentemente, podría ser una soberana estupidez, es  en manos de Peckinpah un soberbio fresco costumbrista que ya  quisieran muchos otros "cineastas de costumbres". En manos de otro director, no hubiera dejado de ser un vehículo para el lucimiento de Steve McQueen, repleto de rodeos tontos y un clímax visto mil y una veces en la que el héroe consigue ganar a pesar de las adversidades. Cualquier otro habría hecho un final de 3 horas, plagado de música dramática y retórica de salón. 

No recuerdo quién fue el que empezó a rodar la película, pero puedo adivinar que Steve McQueen, productor de la misma, vio esto precisamente: que iba a ser otra película pobretona sobre rodeos y vaqueros. No dudó en despedirle y sustituirle por Peckinpah, al que había conocido en los primeros días de rodaje de El rey del juego, antes de ser despedido y reemplazado por Norman Jewison. 

McQueen, quien más  de una vez ha confesado que lo que más le gustaba era conducir su camioneta y beber cerveza, supo al instante que Peckinpah era su hombre. Que él lograría hacerle parecer un campeón que ya no lo es sin restarle un ápice de gloria. Supo que Peckinpah lograría transformar una historia sosa en un drama familiar de perdedores, aprovechados y callejones sin salida. Además, sabía que rodaría los rodeos como nadie. 

La escena del desfile podría ser una estupidez, de no ser por el nihilismo de Peckinpah, que hace cabalgar a padre e hijo a través del establishment de Arizona y saltar a lo suicida del caballo sin otro propósito que  burlarse del diablo y reírse de ello.

Destacaré tres momentos donde se ve que Peckinpah no sólo es un director de acción, sino  que es, rotundamente, el director más honesto que ha dado Estados Unidos. El primero, es la cena que McQueen tiene con toda la familia, excepto el padre, claro, donde rebaña el plato de comida casera con ansia bajo los ojos inquisidores de su cuñada Ruth. Número dos, la secuencia donde padre y madre de McQueen se reconcilian en las escaleras que suben al motel donde todos suben a fornicar. Como bien decía Víctor, es ella la que inicia el ascenso, a pesar de que está harta de él, y Peckinpah sitúa su cámara con la soltura de quien tira unas fotos con una automática. Y, para acabar, mi favorita, la escena de la estación de tren. Donde McQueen le confiesa a su padre que no puede dejarle ni un chavo, porque está en la ruina. El padre le suelta  una colleja y el tira el sombrero. Hay un silencio estremecedor, solo ensombrecido por los cascos del caballo sobre el asfalto. El padre se levanta a recoger el sombrero, sabe lo que hay con total claridad: él y su hijo son iguales, dos fantoches, dos tipejos. Un par de ratas sin solución. Es igual que cuando McQueen va a ver a su padre al hospital con una botella de whisky escondida entre las flores, a pesar de que su padre tiene prohibido beber. 

El padre se levanta, recoge el sombrero y, por unos segundos, el tren pasa y los separa mientras sólo pueden pensar en el poco futuro que tienen.

Cuando veo a McQueen así, cuando le veo encajarse la mandíbula, cuando le veo abatido sin perder el orgullo veo a Peckinpah, un tío honesto consigo mismo y capaz  de irse de cabeza a la tumba por hacer lo que considera que tiene que hacer.

Y así le fue, claro...

P.D.: Por supuesto, Peckinpah adora la acción y en Junior Bonner aprovecha cualquier momento para experimentar y lucirse. Así es el caso de las excavadoras destrozando la casa del padre y los rodeos. Rodeos que yo no he visto iguales en mi vida. Menuda  película, ¡La fiesta del cine! Así salimos Víctor, Olga y yo gritando y llenos de alegría. Poquitas películas así, ¿eh...?

2 comentarios:

Nacho dijo...

¿Cuáles son para usted los tres mejores directores de la historia del cine?

Les diré sus nombres: John Ford, John Ford y John Ford.

Orson Welles.

Y sin duda alguna, la mejor de todas...

Hola, me llamo JOHN FORD y hago westerns.

Suficiente para mí.
Un abrazo!

Aragüés dijo...

"Yo cuando mato a alguien, lo mato sin perder el tiempo. Nada de acrobacias y estupideces como esos jóvenes de ahora que hacen películas como esa de "Grupo salvaje" o como que se llame".

Howard Hawks en el Festival de San Sebastían de 1972. Peckinpah tenía 44 años cuando hizo "Grupo salvaje". Cada uno a su rollo, pero el tiempo pasa para todos...

Una alegría verle por estos lares!