viernes, 11 de abril de 2008

Autocrítica (vol. 2)

Ayer estuve trabajando de ayudante de dirección en un spot. Es algo que no me disgusta en absoluto cuando el equipo es majo. David Acereto de director de fotografía, Roberto Cuadrado de jefe de eléctricos y Ángel Gómez de maquinista son buenas razones para aceptar. Si además de eso, sumamos que hay que coordinar como a 40 figurantes entre los que destacan dos bailarinas semidesnudas, un imitador de Chikilicuatre, un tipo vestido de Soldado Imperial de Star Wars, una rollergirl rollo California, una supermodelo, un Picachu, un tipo vestido de Globber Trotter, un Power Ranger, una brasileños que hacen capoeira y más cosas que me dejaré en el tintero, son todo argumentos para no perderse una ocasión así.

Ayer, durante la mañana estuve calmado, pero al llegar la tarde, con toda la figuración, estuve en mi salsa. Me di cuenta de la "importancia del factor humano". Las máquinas me apagan. De verdad. No necesarias, son fundamentales, pero no dejan de ser meras herramientas. Las personas me dan energía. No es ningún rollo boy scout, pero manejando a un grupo de gente, llevándolos al terreno que tengo que llevarlos, hacer bailar y pasarlo bien cuando el rodaje se complica, hacer que no se den cuenta de los retrasos y las cagadas, organizarlos por secciones y sacarlos y meterlos del set ordenaditos sin que se sientan corderos... todo ello me da la vida.

Y es una de las razones por la que a Perceval le sigue faltando alma. Por razones personales, Perceval me absorbió hasta tal punto que nunca llegué a gritar "¡acción!". Tampoco estuve manejando a los figurantes. Palabra por palabra le decía a Karl, mi ayudante, lo que les tenía que decir y él lo decía en alto. No era por mantener una distancia jerárquica ridícula, sino porque no tenía energías suficientes para hacerlo yo mismo. Precisamente por la GRAN CULPA que cargaba al estar haciendo ese MONSTRUO GIGANTESCO. 

La culpa puede apretar más gatillos que cualquier arma. Y te deja hecho polvo.

Así estuve yo durante Perceval y por eso no pude entregarme como yo hubiese querido. Sergio, el diseñador de sonido, siempre me lo decía: no disfrutaba porque no me veía a mí en mi salsa. Él, que me conoce perfectamente, sabía que yo - en mi estado normal - habría estado animando el cotarro, que habría logrado que los extras hubieran hecho todas  las locuras inimaginables y que todos hubiéramos estado deshuevados de risa.

A mi me encantan los rodajes complicados porque me puedo enfrentar a ellos como si se tratara de una batalla. No en un sentido malvado-militar, sino preciso y detallado. Para Perceval desarrollé algunas técnicas de Kubrick para manejo de los extras que, mejor o peor, funcionaron. Dividir a la figuración y que funcione es igual de satisfactorio que cuando ves por primera vez ese plano en el combo con el cual llevabas soñando un año y medio. Me recuerdo a mí mismo rodando Jinetes en la tormenta en Belchite, marcando el ritmo de los figurantes para que hicieran un bucle y pasaran una y otra vez delante de la cámara y pareciese que había más gente de la que realmente había. Pero claro, nunca les hacía ir en la misma dirección ni mostrar el mismo perfil a cámara, así siempre parecían distintos. Unas veces estaban más cerca, otras más lejos, unas hacia la derecha y otras a la izquierda... naturalmente todo se cocía tras la cámara, en plano parecía todo de lo más normal, pero detrás era un circo. No un desmadre, un circo. Marcando el ritmo, como una coreografía, la gente lo entendió a la perfección y sabían hacia dónde debían ir cada vez. Ese plano salió bastante bien. Ese día me lo pasé en grande. Ese rodaje fue un disfrute.

No recuerdo en Perceval un momento así. El asalto al castillo fue una gozada por el ambiente, por las risas con Sergio, por lo ridículo de algunas cosas... pero no lo fue por una organización milimétrica, y no porque yo lo hubiera preparado con minuciosidad con Karl semanas antes, sino porque yo no estaba encima de todos ellos dejándome la garganta y haciendo que se lo pasaran bien haciendo una de las cosas más putas que te puede tocar en un rodaje: ser un extra.

Ayer curramos un huevo de horas, trabajamos duro, lo dimos todo... pero todos salimos contentos y riéndonos. Algunos hasta terminamos en tarimas de discotecas bailando con las go-gos que se habían pegado el día bailando en el rodaje.

Eso sí es hacer cine.

2 comentarios:

J dijo...

Ey, saludos de un ayudante de direccion zaragozano en madrid... hjay pocas cosas como disfrutar de un rodaje... de un equipo... porque el ambiente suele ser genial con los equipos...
En tu Perceval estabas en otra órbita a otro nivel y fijándote en otro trabajo... solo tienes que decidir qué es lo que realmente te gusta y con lo que disfrutas...
Yo me considero un mero mercenario de mi trabajo, al cual amo, pero hoy estoy aquí y mañana allí...

Aragüés dijo...

Gracias por su apoyo, amigo J. Yo más bien disfruto siendo una prostituta del audiovisual, que así es como me defino cuando trabajo para otros. Aunque, siempre se trabaja para otros......... Buah!