Chris Marker. Enigmático cineasta viajero. Fotógrafo y ensayista. Amante de las citas y del aspecto lúdico de todos los lenguajes. Profeta del hipertexto, advenedizo del multimedia. Desglosar las poliédricas facetas de este cineasta no resulta tarea sencilla...
Sabemos que Chris Marker nació, bajo otro nombre, en algún lugar de Francia. Usualmente se le engloba dentro del grupo de cineastas de la orilla izquierda del Sena, directores como Agnès Varda o Alain Resnais. Todos ellos comenzaron a rodaron su primera película a principios de los años cincuenta, años antes del estallido Nouvelle Vague. El sustrato sobre el que se asientan sus películas primerizas está muy influido por el documental y el contexto político y social resultante de
La prolija, inabarcable e invisible obra fílmica y videográfica de Chris Marker es un mágico cajón desastre plagado de recovecos alucinantes. Más allá de sus películas más conocidas: la foto-novela La Jetée[1] (1960), que pasa por ser su única obra de ficción; o la estimulante y sorprendente carta-ensayo-audiovisual, Sans Soleil (1982), se ocultan películas diminutas y preciosas como Dimanche à Pékin (1955) o la película que da título a éste artículo. Más desconocidas aún que sus películas son sus experiencias con el cine expandido, el campo de experimentación de sus últimos trabajos: la instalación multimedia Zapping Zone (1990-1997) o el cd-rom interactivo Immemory (1997).
Chris Marker, recibió el encargo de Janine Bazin y André S. Labarthe para realizar una película sobre su colega y amigo Andrei Tarkovski, fallecido poco después de terminar su último film, Sacrificio (1986). No era esta la primera vez que Marker homenajeaba a un colega. En A.K. (1985), Marker realiza su primer documental-retrato, acerca de Akira Kurosawa, a través del making of de Ran (1985). A pesar de sus diferencias, tanto Kurosawa como Tarkovski mantienen importantes puntos en común. Ambos deben gran peso de su cine a la formación oriental que dota de importancia clave a los elementos; ambos emplean encuadres de presesión milimétrica donde el color, si es que lo hay, cobra un protagonismo fuera de lo común.
En el viaje que nos propone Marker, asistimos a los últimos días de vida del genial director Tarkovski. Sacrificio es la segunda película que el director ruso realiza en el exilio, tras la experiencia italiana de Nostalghia (1983), film realizado después de que el director abandonara la dictadura soviética que le impedía trabajar. Sus películas cada vez encontraban más trabas por parte de las autoridades soviéticas, que tachaban su trabajo de críptico y elitista, maltratándolo hasta hacer imposible el visionado de sus films. Poco después de su exilio voluntario, su nombre desaparecería de los medios de comunicación y sus películas dejarían de circular completamente dentro de
Marker se sirve de Sacrificio como eje argumental para su documental. Para ello, emplea imágenes del rodaje en
Tarkovski recibió sus primeras sesiones de radioterapia poco antes de comenzar el rodaje de Sacrificio. Esta circunstancia terrible no le restó fuerzas para rodar el plano que Marker presenta como “quizás el más difícil de la historia del cine”. Un plano secuencia de seis minutos localizado en la isla sueca de Gotland, santuario de Ingmar Bergman, filmado por un equipo de rodaje que se comunicaba en más de cinco idiomas diferentes. En éste plano, el plano secuencia más citado tras el de Sed de Mal (Orson Welles, 1958), el decorado natural de una casa en llamas, sirve de fondo para una compleja coreografía entre el movimiento de la cámara y el anárquico ir y venir de los personajes.
Como en otros casos a lo largo del documental, Marker se sirve del montaje paralelo para escenificar la intensa relación entre la vida y la obra del director ruso. Para el momento del rodaje del plano secuencia, escoge la colosal secuencia de Andrei Rublev (1966), en la que el niño, interpretado por Nikolai Burlyayev da la orden de fundición para la campana gigante que él mismo ha diseñado.
La intimidad que nos brinda Marker llega a su punto álgido cuando asistimos como espectadores al primer pase de Sacrificio terminado, después de que Tarkovski haya recibido las segundas sesiones de radioterapia tras el rodaje, postrado en la cama de un hospital parisiense. Acompañado por el director de fotografía de la película, Sven Nykvist, habitual colaborador de Bergman, Tarkovski ve por primera vez concluida su película, el 23 de enero de 1986. Cuando termina el film, la cámara nos muestra un primer plano de Tarkovski, demacrado por la enfermedad, con un pañuelo anudado en la cabeza, nervioso, mordiéndose las uñas. Marker a través del montaje relaciona este sufrimiento con el del propio guía de Stalker (1979) interpretado por Aleksandr Kajdanovsky.
En mayo de 1986, Sacrificio se alzará con cuatro premios en el Festival de Cannes, incluyendo el Premio Especial del Jurado, presidido por Sydney Pollack. La salud de Tarkovski, muy deteriorada, no le permitirá recogerlos en persona, tarea de la que se encarga su hijo.
El documental de Marker se completa con una carta audiovisual que el director ruso Alexander Medvedkin envía a Marker a propósito de la muerte de Tarkovski, compartiendo con él el dolor por la temprana pérdida del artista, mientras desaprueba con firmeza el olvido oficial que el cineasta sufrió en su propia tierra. Medvedkin, que moriría al año siguiente, fue el responsable principal del cine-tren que recorrió en los años treinta las estepas rusas como ejemplo mítico de cine participativo, militante e itinerante; Marker ya había rodado el mediometraje, junto con el grupo de cineastas-obreros, SLON, Le train en marche (1971), acerca de este director, al que homenajearía poco después de su muerte con el largometraje Le tombeau d’Alexandre (El último bolchevique, 1992).
El 28 de diciembre de 1986, once meses después del primer visionado de Sacrificio, Tarkovski muere tras una larga y silenciosa agonía, acompañado de su mujer Larisa y su hijo. Los funerales se celebraron en París, en la iglesia rusa de San Alexander Nevski, en la calle Daru; durante el funeral, el violonchelista y amigo, Mstislav Rostropóvich, en el exilio desde 1974, interpretó partituras Bach, el compositor más admirado por el director. Recibiría sepultura poco después en el cementerio ortodoxo de Sainte-Geneviève-du-Bois, en suelo francés. La mirada del más grande artista ruso que se recuerde quedó extinta definitivamente en aquella navidad de 1986.
[1] El director estadounidense Terry Gilliam realizó en 1995 el remake de esta película, Doce Monos, con gran aceptación por parte del público y la crítica.
FICHA TÉCNICA
Une journée d’Andrei Arsenevich (de la serie Cinéastes de notre temps)
Videocámara, comentario y montaje: Chris Marker.
Imágenes adicionales: Mark-André Batigne, Pierre Camus (
Voz: Eva Mattes, Marina Vlady, Alexandra Stewart (V. Inglesa).
Fotos: Pierre Fourmentraux.
Multimedium: Ramutcho Matta.
Mezclas: Florent Lavallée.
Producción: Therry Garrel, Claude Guisard, Jean-Jacques Henry, Miane Willemont.
Formato:
Duración: 56 minutos.
Año de producción: 1999.
Nacionalidad: Francia.
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