Ultimamente, dándole vueltas a Green Warriors, he revisitado varias películas que tienen en su trama a dos hermanos que se les podría definir como "menudos piezas". Ninguno de los dos es especialmente malo, pero sus intenciones simepre acaban torciendo las cosas y todo se termina yendo al garete de un modo u otro.
Todo el que tenga un hermano entiende lo que ocurre en películas como Antes de que el diablo sepa que has muerto, La noche es nuestra o El sueño de Cassandra. En el fondo no son más putadillas y gamberradas que te haces entre hermano, pero claro, que aplicadas a cosas de verdad terminan por, como en la primera película, por matar a tu madre.
El filme de Lumet no es sólo uno de sus mejores que he visto en muchísimo tiempo, sino que es probablemente una de las mejores películas del año pasado. Hoffman, el hermano mayor, es un gordinflón que ya no se empalma ni con Marisa Tomei, su esposa, y ella busca refugio en el pequeño, Hawke. Además, el mayor le da a la heroína, roba a su empresa y está pensando un jari de cuidao para sacar perras.
Pero Hawke, el pequeño tampoco es mucho mejor. Es un piltrafa, un pringao, que no puede ni pasarle la pensióna su ex-mujer ni pagarle a su hija una excursión del cole y que, además, trabaja seguro que por enchufe de chico de los recados en la empresa de su hermano mayor.
Ninguno de los dos es un asesinato ni un cabrón, pero vamos, que están hechos unos piezas. Aún se quieren, ¡son hermanos! Y siguen juntos hasta el final, cuando todo se jode.
La cosa es parecida, pero algo distinta en La noche es nuestra. En esta excelente película de James Gray - ¡con música de Wojciech Kilar! - Joamquim Phoenix es un balarrasa que se entretiene regentando un club de NY donde van todos los camellos y gente malrrollera. Su brother es, Mark Whalberg, es un poli hecho y derecho, igual que su padre, Robert Duvall. Ninguno de los dos aprueba la vida de su hermano y, de algún modo, tienen celos de la super novia de Phoenix (Eva Mendes).
Cuando Phoenix la caga hasta la estratosfera, su hermano resulta herido y él, se da cuenta de que no puede seguir con esa vida y tiene que cambiar de bando. Pero no porque se alo correcto o legal, sino por amor a su hermano. Cuando el padre muere, la culap le lleva hasta a ingresar en la poli y, la última secuencia, cuando busca al ruso malo entre los juncos dle pantano... bueno, no está buscando al malo, se está buscando a sí mismo.
El plano final, cuando los dos hermanos se dicen que se quieren en impagable. Eso, cualquier que tenga un hermano, lo entiende.
Por último, dentor de la trilogía londinense de Woody Allen - la cual siempre ha sido denostada por la crítica, cuando Match Point y, precisamente, El sueño de Cassandra son películas muy muy interesantes, ¡y menuda música de Phillip Glass!- es esta película protagonizada por dos metes patas y escurre bultos la que deja muy claro que, pese a todos los males, la familia (no en un sentido cristiano ni maligno) es el principio y el final de todo.
Menudas perrerías hacen Colin Firth y Ewan McGregor y, cuando su tío ya les mete en el follón de verdad, menudo pollo se monta. Y es que solo la culpa aprieta más gatillos y, a veces, no hay nada como las relaciones familiares para buscarnos las cosquillas. Y es que en el fondo, el crimen no es lo más interesante de todas estas películas, sino las putadas que se hacen por ser hermanos.
Pero vamos, que esto no se lo inventaron estos señores.
Ni Coppola.
Ni Shakespeare.
Todo el que tenga un hermano entiende lo que ocurre en películas como Antes de que el diablo sepa que has muerto, La noche es nuestra o El sueño de Cassandra. En el fondo no son más putadillas y gamberradas que te haces entre hermano, pero claro, que aplicadas a cosas de verdad terminan por, como en la primera película, por matar a tu madre.
El filme de Lumet no es sólo uno de sus mejores que he visto en muchísimo tiempo, sino que es probablemente una de las mejores películas del año pasado. Hoffman, el hermano mayor, es un gordinflón que ya no se empalma ni con Marisa Tomei, su esposa, y ella busca refugio en el pequeño, Hawke. Además, el mayor le da a la heroína, roba a su empresa y está pensando un jari de cuidao para sacar perras.
Pero Hawke, el pequeño tampoco es mucho mejor. Es un piltrafa, un pringao, que no puede ni pasarle la pensióna su ex-mujer ni pagarle a su hija una excursión del cole y que, además, trabaja seguro que por enchufe de chico de los recados en la empresa de su hermano mayor.
Ninguno de los dos es un asesinato ni un cabrón, pero vamos, que están hechos unos piezas. Aún se quieren, ¡son hermanos! Y siguen juntos hasta el final, cuando todo se jode.
La cosa es parecida, pero algo distinta en La noche es nuestra. En esta excelente película de James Gray - ¡con música de Wojciech Kilar! - Joamquim Phoenix es un balarrasa que se entretiene regentando un club de NY donde van todos los camellos y gente malrrollera. Su brother es, Mark Whalberg, es un poli hecho y derecho, igual que su padre, Robert Duvall. Ninguno de los dos aprueba la vida de su hermano y, de algún modo, tienen celos de la super novia de Phoenix (Eva Mendes).
Cuando Phoenix la caga hasta la estratosfera, su hermano resulta herido y él, se da cuenta de que no puede seguir con esa vida y tiene que cambiar de bando. Pero no porque se alo correcto o legal, sino por amor a su hermano. Cuando el padre muere, la culap le lleva hasta a ingresar en la poli y, la última secuencia, cuando busca al ruso malo entre los juncos dle pantano... bueno, no está buscando al malo, se está buscando a sí mismo.
El plano final, cuando los dos hermanos se dicen que se quieren en impagable. Eso, cualquier que tenga un hermano, lo entiende.
Por último, dentor de la trilogía londinense de Woody Allen - la cual siempre ha sido denostada por la crítica, cuando Match Point y, precisamente, El sueño de Cassandra son películas muy muy interesantes, ¡y menuda música de Phillip Glass!- es esta película protagonizada por dos metes patas y escurre bultos la que deja muy claro que, pese a todos los males, la familia (no en un sentido cristiano ni maligno) es el principio y el final de todo.
Menudas perrerías hacen Colin Firth y Ewan McGregor y, cuando su tío ya les mete en el follón de verdad, menudo pollo se monta. Y es que solo la culpa aprieta más gatillos y, a veces, no hay nada como las relaciones familiares para buscarnos las cosquillas. Y es que en el fondo, el crimen no es lo más interesante de todas estas películas, sino las putadas que se hacen por ser hermanos.
Pero vamos, que esto no se lo inventaron estos señores.
Ni Coppola.
Ni Shakespeare.
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