
Escándalos a parte - cosa que no atenderé, dado que prefiero juzgar la obra de los artistas, no sus vidas - el bueno de Roman ha dado a la última parte del siglo XX unas cuantas buenas películas. Normalmente, se le ensalza al hablar de El pianista, película que - aunque quede mal decirlo por su temática - a mí me parece anodina. Para hablar de Polanski, me centraré en otras películas suyas que tampoco son - estas sí que me parecen más que brillantes - ni La semilla del diablo, ni Chinatown. Tampoco es la sobresaliente El baile de los vampiros, no. Me referiré a tres: Frenético, Piratas, Lunas de hiel y La novena puerta.
Frenético es sencillamente una de mis películas favoritas. Sí, sí, en serio. Para los que no la tengan fresca y no la recuerden más que como un thriller de pasar el rato, ¡que la vuelvan a ver por dios! En primer lugar, echa por la borda el mito yanki del París romántico. Un matrimonio acomodado vuelve a París 30 años después de que pasaran allí su luna de miel para revivir la magia de antaño. ¿Y qué se encuentran? Un secuestro y muchas bofetadas. Una de ellas, y bien grande, es la estupidez de los americanos - mucha mala leche de Polanski se ve claramente al retratar a la gente de la embajada-. No en vano, Polanski nunca estuvo a gusto en los USA. No olvidemos que, escándalos sexuales a parte, allí mataron a su mujer. Pero el genio de Polansli no termina ahí, sitúa a los personajes entre unos terroristas árabes y unos israelíes y uno no sabe quién es más inepto de todos ellos. Solo la chica joven, promiscua, que flirtea con las drogas, vividora de la noche y - lo más importante de todo - inocente, es la única inteligente y de buen corazón.
París nunca ha estado tan sucio y tan feo. ¡Si hasta termina con un camión de la basura alejándose! (Díganme, señores del jurado, cuántos cubos de basura han visto en París en una película, como en Frenético. Y ahora, díganme si sigue siendo casualidad). Harrison Ford descalzándose en una azotea llena de cagadas de paloma y Emmanuelle Seigner cayéndose por los tejados con esos minivestidos son sólo un remate a todos esos pequeños detalles, dignos del loco de Polanski. Como cuando Ford no puede salir de la casa del tal Dédé, porque hay una pareja haciendo el amor en el rellano. Si Polanski fuera español, aplaudiríamos su costumbrismo (o lo habríamos machacado, claro está).
De Frenético podría seguir horas y horas, hablando de la maravilla de guión, de momentazos como la banda tocando en un barco en el Sena, del secuestro de la mujer de Harrison Ford o, cómo no, del pedazo de baile que se marcan él y Seigner. Eso sí que lo dejo aquí, que merece la pena.
¿Qué poder decir de Lunas de hiel? Quizá una de las películas más incomprendidas de Polanski, pero realmente de las más lúcidas. Elegir a un memo como Hugh Grant es una perfecta decisión de casting y todo el resto del reparto esta increíble. Desde la frígida Kristin Scott Thomas al truculento Peter Coyote. Ese tercer acto en el barco, con esa fiesta decadente entre cuarentones, serpentinas y globos deshinchados - que sé de buena tinta que hace las delicias del amigo Víctor - es una muestra de auténtico cine y verdadera miseria humana. ¡Ah! Y la escena del yogur con Faith de George Michael, ¿que no os acordáis? Hay que ser un genio para pensar en coger una canción de ese tipo y construir una escena así ¡y con esa radio! (a partir del minuto 2:37):
Por eso quizá me guste, porque habla de algo en todas sus películas, algo que me interesa sobremanera: la pérdida de la inocencia. Revisad sus películas y veréis como es así. Como siempre, al principio, todo es idílico y, poco a poco, se va jodiendo. La vida corrompe la propia inocencia. Precisamente, como su vida.
Es más, como la vida misma.
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