Como es de suponer, nuestro blog, Una Calva en la Recámara (¡!), no puede permanecer ajeno a la actualidad del pochomundo que nos rodea. Así, a largo de una baldía tarde de domingo, mientras incubaba en la caverna de mi garganta todo tipo de estafilococos bicéfalos, me puse por casualidad una peli del bueno de John Carpenter (¡ese melenas!). La película en cuestión es ¡Están vivos! (They live!, 1988). Seguro que a muchos os suena. Por ello es un estupendo ejemplo para abordar una vez más los numerosos beneficios para la salud que nos brinda la buena serie B.
Corre el año 1988 y los Estados Unidos sufren una profunda crisis de reconversión industrial (crisis que a la postre se extendió por el resto del globo): cierre de la alta industria y siderúrgica, cierre de las cadenas de producción de automóviles… Un panorama si bien conocido no por ello menos demoledor, que remite a crisis anteriores; igual sucede con Las Uvas de la Ira, de Steinbeck sobre las consecuencias de la Gran Depresión de 1929, que magníficamente adaptó el jefe Ford, con la ayuda siempre impagable de la mirada claroscura de Gregg Toland.
En éste panorama, no apocalíptico, pero ciertamente demoledor, aparece nuestro héroe: John Nada (homenaje al Juan Nadie que Capra esculpió en 1941). Nada, interpretado por el inexpresivo e hipermusculado wrestler Roddy Piper, camina por la carretera desde Denver, Colorado, donde según él mismo afirma “han cerrado 14 bancos”. Cual quimérico buscador de oro, tras la debacle de los estados interiores, John Nada busca fortuna en la próspera costa oeste.
Unos extraños cortes en la programación habitual del Canal 54, perturban a los espectadores de los suburbios de la ciudad: un heterogéneo grupo humano compuesto por miembros de la depauperada clase media norteamericana. En estos cortes en la programación habitual, un científico encuadrado a modo de busto parlante, advierte a sus conciudadanos de un complot para manipular y dominar a la clase media de todo el planeta (reducida en éste caso, y siempre, a la esfera norteamericana). El supuesto científico denuncia así una alianza entre las deshumanizadas elites humanas y una raza extraterrestre, a medio camino entre el anoréxico malvado de Masters del Universo y los invasores enanos de Mars Attakcs.
John Nada, de modo irremediable a causa de su protagónico temperamento, se ve pronto envuelto en la estrambótica intriga. Descubre que una organización secreta (religiosa y científica a partes iguales; terrorista, según las autoridades) fabrica gafas de sol en la trastienda de una Iglesia Episcopal. Como podéis imaginar éstas gafas de sol tienen una particularidad: en realidad, son un sofisticado dispositivo de visión que, cual objeto ominoso, permite, al que las posee la visión real del mundo que nos rodea. Así, cuando observamos el mundo a través de los ojos y las gafas de John Nada, vemos un mundo en blanco y negro donde los coloridos carteles publicitarios y las sugerentes portadas de revista, son sustituidos por mensajes grises y totalitarios del tipo:
John Nada, tan lúcido como paranoico, inicia entonces un deambular por la ciudad, hasta que descubre el origen de la señal que enmascara los mensajes esclavistas y los convierte en agradables y necesarios reclamos publicitarios.
A lo largo de la película, John Carpenter, uno de los pocos maestro de maestros de la serie B, mantiene vivo el espíritu inconformista de la misma; un cierto espíritu de contracultura sesentera que la serie B, ya preexistente desde hacía décadas, absorbió de la mano del pope del género Roger Corman. Si bien el contundente mensaje de la película se termina diluyendo en una disparatada cinta de acción de bajo presupuesto con sometimiento extraterrestre de por medio, creo que al final de la proyección su mensaje logra trascender la misma.
Con esto no afirmo que ¡Están vivos! sea un preludio de Roger and Me (1989), el primer egodocumental largo del por entonces parado Michael Moore. Ni lo es, ni necesita serlo. La desolación independiente de Flint, Michigan, no es la desolación siliconada de Los Ángeles, California.
Sin embargo, Carpenter instrumentaliza como pocos los recursos de la ficción y su propio estatus dentro de la industria de Hollywood para enmascarar el propio mensaje de su película: un mensaje de corte político-revolucionario, que bien podría haber sido eliminado del inconsciente colectivo, como sucede con tantos otros (algún día llegará el momento de hablar de Peter Watkins). Sin embargo, su perfecto envoltorio de intrascendencia, la poca seriedad con la que se toma el film a sí mismo, es el enmascaramiento perfecto para una película que como Network: Un mundo implacable (Sydney Lumet, 1976), no tiene reticencias en llamar a las cosas por su nombre.
Así, la película, más allá del plomo y la pólvora que desgrana en su primera lectura, es un sutil juego de espejos en la mejor línea del cine metalingüístico: reflejos de espejismos en la pared y las gafas de sol convertidas en un estupendo dispositivo de visión cinematográfico. Espejismos en los que John Carpenter, lejos del intelectualismo europeo, confecciona una metáfora sutil sobre la naturaleza humana y los usos y ventajas de una serie B que, con tanta posmodernidad al acecho, estaba a punto de caducar.
Desde esta perspectiva ¡Están vivos! es una exquisita ventana indiscreta por la que asomarnos, perplejos una vez más, al mundo del ayer y a las crisis del mañana.
p.d.: Éste post está especialmente dedicado a Pablo Aragüés por dos razones. La primera, es que siento que hace décadas que no escribo (ni para el blog, ni para ningún sitio). La segunda, es que, sin duda ¡Están vivos! es una de sus películas preferidas dentro de la enloquecedora amalgama de influencias del cine norteamericano de los ochenta que Pablo atesora.
Corre el año 1988 y los Estados Unidos sufren una profunda crisis de reconversión industrial (crisis que a la postre se extendió por el resto del globo): cierre de la alta industria y siderúrgica, cierre de las cadenas de producción de automóviles… Un panorama si bien conocido no por ello menos demoledor, que remite a crisis anteriores; igual sucede con Las Uvas de la Ira, de Steinbeck sobre las consecuencias de la Gran Depresión de 1929, que magníficamente adaptó el jefe Ford, con la ayuda siempre impagable de la mirada claroscura de Gregg Toland.
En éste panorama, no apocalíptico, pero ciertamente demoledor, aparece nuestro héroe: John Nada (homenaje al Juan Nadie que Capra esculpió en 1941). Nada, interpretado por el inexpresivo e hipermusculado wrestler Roddy Piper, camina por la carretera desde Denver, Colorado, donde según él mismo afirma “han cerrado 14 bancos”. Cual quimérico buscador de oro, tras la debacle de los estados interiores, John Nada busca fortuna en la próspera costa oeste.
Unos extraños cortes en la programación habitual del Canal 54, perturban a los espectadores de los suburbios de la ciudad: un heterogéneo grupo humano compuesto por miembros de la depauperada clase media norteamericana. En estos cortes en la programación habitual, un científico encuadrado a modo de busto parlante, advierte a sus conciudadanos de un complot para manipular y dominar a la clase media de todo el planeta (reducida en éste caso, y siempre, a la esfera norteamericana). El supuesto científico denuncia así una alianza entre las deshumanizadas elites humanas y una raza extraterrestre, a medio camino entre el anoréxico malvado de Masters del Universo y los invasores enanos de Mars Attakcs.
John Nada, de modo irremediable a causa de su protagónico temperamento, se ve pronto envuelto en la estrambótica intriga. Descubre que una organización secreta (religiosa y científica a partes iguales; terrorista, según las autoridades) fabrica gafas de sol en la trastienda de una Iglesia Episcopal. Como podéis imaginar éstas gafas de sol tienen una particularidad: en realidad, son un sofisticado dispositivo de visión que, cual objeto ominoso, permite, al que las posee la visión real del mundo que nos rodea. Así, cuando observamos el mundo a través de los ojos y las gafas de John Nada, vemos un mundo en blanco y negro donde los coloridos carteles publicitarios y las sugerentes portadas de revista, son sustituidos por mensajes grises y totalitarios del tipo:
OBEDECE
SOMÉTETE
CONSUME
CASAOS Y REPRODUCIOS
SOMÉTETE
CONSUME
CASAOS Y REPRODUCIOS
John Nada, tan lúcido como paranoico, inicia entonces un deambular por la ciudad, hasta que descubre el origen de la señal que enmascara los mensajes esclavistas y los convierte en agradables y necesarios reclamos publicitarios.
A lo largo de la película, John Carpenter, uno de los pocos maestro de maestros de la serie B, mantiene vivo el espíritu inconformista de la misma; un cierto espíritu de contracultura sesentera que la serie B, ya preexistente desde hacía décadas, absorbió de la mano del pope del género Roger Corman. Si bien el contundente mensaje de la película se termina diluyendo en una disparatada cinta de acción de bajo presupuesto con sometimiento extraterrestre de por medio, creo que al final de la proyección su mensaje logra trascender la misma.
Con esto no afirmo que ¡Están vivos! sea un preludio de Roger and Me (1989), el primer egodocumental largo del por entonces parado Michael Moore. Ni lo es, ni necesita serlo. La desolación independiente de Flint, Michigan, no es la desolación siliconada de Los Ángeles, California.
Sin embargo, Carpenter instrumentaliza como pocos los recursos de la ficción y su propio estatus dentro de la industria de Hollywood para enmascarar el propio mensaje de su película: un mensaje de corte político-revolucionario, que bien podría haber sido eliminado del inconsciente colectivo, como sucede con tantos otros (algún día llegará el momento de hablar de Peter Watkins). Sin embargo, su perfecto envoltorio de intrascendencia, la poca seriedad con la que se toma el film a sí mismo, es el enmascaramiento perfecto para una película que como Network: Un mundo implacable (Sydney Lumet, 1976), no tiene reticencias en llamar a las cosas por su nombre.
Así, la película, más allá del plomo y la pólvora que desgrana en su primera lectura, es un sutil juego de espejos en la mejor línea del cine metalingüístico: reflejos de espejismos en la pared y las gafas de sol convertidas en un estupendo dispositivo de visión cinematográfico. Espejismos en los que John Carpenter, lejos del intelectualismo europeo, confecciona una metáfora sutil sobre la naturaleza humana y los usos y ventajas de una serie B que, con tanta posmodernidad al acecho, estaba a punto de caducar.
Desde esta perspectiva ¡Están vivos! es una exquisita ventana indiscreta por la que asomarnos, perplejos una vez más, al mundo del ayer y a las crisis del mañana.
Vb
p.d.: Éste post está especialmente dedicado a Pablo Aragüés por dos razones. La primera, es que siento que hace décadas que no escribo (ni para el blog, ni para ningún sitio). La segunda, es que, sin duda ¡Están vivos! es una de sus películas preferidas dentro de la enloquecedora amalgama de influencias del cine norteamericano de los ochenta que Pablo atesora.
1 comentario:
Todo un honor la dedicatoria, Brutus! Pero ya sabes que en esto, la retroalimentación es fundamental. Sin tí y tu proyección de "They live by night", mi pequeña aportación con "They live" no sería nada.
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