domingo, 16 de marzo de 2008

La senda del pecador (Autocrítica)

Fue aquél día, justo antes de saltar del avión – en paracaídas, claro – cuando tuve la conversación que me hizo repensar en todo lo que Perceval había significado y significaba. Sin duda, había algo total y absolutamente claro: Lo peor que se podía – y puede – decir de él, es su deshumanización.

¿A qué me refiero? Trataré de explicarlo sin ser un coñazo. Quizá para contrarrestar mi efusiva manera de ser, me atraigan las películas frías. Quizá por eso mismo, un cineasta de mente maquiavélica y calculadora como es Kubrick, sea mi predilecto. Quizá por eso mismo, todo lo que he hecho tiene ese tufillo de frialdad y, claro está, Perceval es el perfecto ejemplo.

La primera versión – que data del año 2003 – era muy parecida a lo que finalmente ha terminado siendo, al menos en un sentido épico. Sí que es cierto que la historia era más larga y estaba tan solo centrada en la relación de rivalidad entre Perceval y Galahad, si bien sí que contenía un prólogo muy similar y el final, a partir de la pelea en el claustro de San Juan de la Peña – es la única escena que no cambié en ninguna de las 7 versiones del guión –, es prácticamente igual. Con el paso del tiempo, a medida que fui investigando más los relatos artúricos medievales, me di cuenta de un hecho que, en esos momentos, supuso una revolución: En todas las historias, los Caballeros de la Tabla Redonda eran un número en torno a 33. Eso antes de la Búsqueda del Grial. Una vez concluida, solo volvieron unos pocos, menos de 10. ¿Y qué se me ocurrió a mí? Pues que ninguno de ellos podía ser tan bueno como pintaban esas historias que, a pesar de que sí, lo sé, está todo influido por una postmodernidad bochornosa, actuarían por intereses propios y no sólo por la devoción a su rey. Es así como pensé en Galahad poniéndose al servicio del Papa.

Con un antagonista, me hacía falta el bueno de la película y, claro está, las razones de Perceval para combatir a Galahad empezaron a ser claras: No devoción por su rey, pero sí por su padre adoptivo. Y, a su vez, el hecho de que Perceval y Galahad, en un tiempo pretérito, fueron amantes.

Habéis leído bien.

Amantes.

La cuarta versión del guión nunca llegó a tener escenas homosexuales, pero sí fue la que más se acercó a esta idea. El hecho de que la mayor motivación para la rivalidad entre Perceval y Galahad fue una relación sentimental. Mi idea era más o menos la siguiente: Cuando el joven Perceval llegó a la Corte, no era más que un efebo sin letras que se vio catapultado en un mundo inimaginable. Arturo vino a sustituir su figura paternal ausente, pero en su latente adolescencia, conoció a Galahad, un apuesto noble normando con más experiencia que él, con dotes de astucia, con una predilecta inclinación por la dolce vita y un seductor aire de madurez atractiva. Naturalmente, Perceval cayó bajo sus encantos. Tampoco quería verlos en pleno acto, pero sí demostrar que Galahad le tenía a su merced. Sin embargo, con el paso del tiempo, coincidente con el distanciamiento de Arturo y Galahad a causa de las tensiones históricas entre normandos y sajones y su asociación con la Iglesia, Perceval se ve forzado a dejar sus relaciones con Galahad y escudarse en un amor paterno filial – sin segundas lecturas, por favor – con Arturo.

¿Qué ocurrió para que, si bien hoy día se entreve algo de todo esto, no esté en la pantalla? Pues ocurrió Brokeback mountain. Y claro está, no quería que de Perceval dijesen que era un Brokeback pero con caballeros en vez de vaqueros. He ahí, mi primer gran error. Igual que acepté que la gente me tocara las narices con el latín y me dijera que era una Pasión de Cristo pero con Perceval, tendría que haber aceptado que la gente dijera lo mismo respecto a una historia homomedieval.

Seguramente, Perceval tendría mucha más alma, si detrás de todas esas ideas maravillosas de épica – a las que fui arrastrado y debería haber puesto freno – tuviera otra historia más rompedora, o al menos inesperada. No estoy hablando de originalidad, sino de sentido. Que una historia como Perceval tenga sentido en estos días, debe ser porque hay algo que la sustenta como capaz de tomar parte en el día a día de hoy. Quizá la humanización de una pasión homosexual lo habría hecho posible. De igual modo, que hasta la quinta versión se mantuvo un tono ligeramente sarcástico, al estilo de Robin y Marian y que, poco a poco, se diluyó en la épica.

Eso es lo que más echo en falta hoy en día, pero claro está, hoy puedo verlo con la distancia del tiempo y la culpabilidad. Hoy la veo con un camino recorrido que entonces no llevaba y con los humos bien bajos después de haber descendido a los infiernos y haber vuelto para mirarte en el espejo y darte cuenta de solo hay camino hacía delante.

Quizá todo tenga su sentido, pero estoy seguro de que Perceval se vería con otros ojos, si hubiera tenido un aire teatral – al estilo Kurosawa – como busqué en un principio, y deseché, claro. Al igual que si la historia central fuera la de dos antiguos amantes homosexuales en el siglo XI que, intenta matarse a toda costa, con ese Mc Guffin que sería el Santo Grial. Y, claro está, todo eso tendría su sentido, si Perceval fuera una pieza irónica y hasta socarrona. No digo monthypitoniana, pero sí al menos revisionista desde un punto de vista humorístico – aunque sin entrar en la parodia, claro está –.

Pero para eso hacemos películas, para pensar en cómo nos habría gustado que fueran…

1 comentario:

Anónimo dijo...

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