jueves, 31 de mayo de 2007

Luces, Cámara… ¿Acción?


Hubo una época en la que hacer cine era divertido. Yo empecé a los 14 años. Llevaba desde los 8 queriendo hacerlo, la Super-8 que había en casa no funcionaba, pero me dedicaba a encuadrar a través del visor y a colocar a mis amigos en situaciones disparatadas. Una vez y otra y otra y otra… Cada vez, descubría fallos y corregía el guión y mis ángulos de cámara para cuando finalmente pudiera rodarlos. Sin darme cuenta, estaba ensayando.

Cuando conseguí una cámara empecé a rodar como un loco. Era vídeo, era fácil y los chavales de 14 años se aburren fácilmente. Era un coñazo convencer a tus amigos de que se aprendieran los diálogos, que no se cortaran el pelo, que madrugaran… pero era divertido. No del todo, pero lo era.

Poco a poco, eso me llevó a conocer gente INTERESADA en hacer cine. Eso ya cambiaba las cosas. Ya no había mañanas de sufrimiento, sólo, esperando a que alguien viniera. Ahora tenían una razón para venir. Los actores, porque su sueño era actuar. Los técnicos, porque lo suyo era estar a ese lado de la cámara. Algunos de ellos, a día de hoy, siguen en el ajo, otros no. Pero en ese momento, querían hacer cine. Eso estaba bien. Cambiaba las cosas. De pronto tenía un equipo. La cosa ya era divertida de verdad.

Sí que existía la presión – autoimpuesta, por supuesto – de conseguir un resultado lo más perfecto posible, pero era divertido juntarnos y rodar sin limitaciones de presupuesto (porque no existía), ni de horarios (porque no los teníamos), ni recursos (porque todo era a base de imaginación). Eso fue entre los 16 y los 18.

A partir de entonces, la cosa volvió a cambiar. Aunque con pequeños pasos, empezamos a profesionalizarnos. Muchos se bajaron del carro y otros se subieron. Las películas que hacíamos cada vez estaban mejor hechas y tenían más sentido. Aún nos divertíamos, porque éramos jóvenes y todos éramos amigos. Pero ya empezaban a existir presiones: Manejábamos pasta.

La primera vez que sentí esa presión – al menos el primer recuerdo que tengo – fue durante el rodaje de Tras los pasos de Alcázar, cuando Fandos, el director de fotografía, me dijo al final del primer plano de la mañana del primer día:

- Te has gastado unas cien mil pelas -.

¡Hostias! Hasta ese momento, la pasta había sido importante, pero no tanto. Ya había técnicos que cobraban y alquileres que había que pagar. Cada minuto era dinero, pequeños granos de oro que caen como en un reloj de arena. Eso cambiaba todo por completo. Fue entonces cuando entendí a todos esos directores cuando decían en los documentales: “No sabía si iba tener dinero para hacer el siguiente plano”.

Cada trabajo aumentó la profesionalidad y con ello la pasta y con la pasta, que deje de ser divertido. Naturalmente que un rodaje tiene momentos cojonudos, pero ya no es ese colegueo de antes, ahora ya hay intereses, responsabilidades y demás obligaciones.

Cuanto más te profesionalizas, menos libre eres. Las cosas las haces mejor, cuentas con gente buena, pero pierdes la libertad de ser un estúpido. Pierdes esa inocencia maravillosa de no saber lo que haces o de saberlo sólo a medias. Cuando no tienes ni un duro para hacer las cosas, agudizas el ingenio y espabilas. Además, actúas por intuición, lo cual te da tantas satisfacciones como disgustos, pero es toda una experiencia por la que hay que pasar.

No todo han sido “Percevales”. Noches Rojas se hizo con cuatro duros, El autoestopista se rodó en 3 días, con una cámara robada y 30 euros para el peaje de la autopista. El samurai se rodó en 6 horas con otra cámara robada y cintas que ya estaban utilizadas. A muchos les sorprendería el presupuesto y las condiciones en que se hizo Huida a toca teja. En su momento, me empeñé en hacerlos para demostrar, sobre todo a mí mismo, que podía volver a disfrutar haciendo cine y que podía hacer cosas sin una puta perra.

Por eso nos sacamos de la manga los Hunter. Porque era una manera de seguir vivos y no perder el espíritu del “cine guerrilla”. Además, es una excusa perfecta para juntarnos los amigos, hacer el idiota con total libertad, sin inhibiciones y pasarlo bien.

Cuando a cada cosa que haces, te la juegas, no está de más olvidarte de todo un poco, no tomarte demasiado en serio y simplemente volver a disfrutar como antes. Porque ahora, ya no es lo mismo. Desde luego que no.

La parte divertida ahora es sobrevivir.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bonito recorrido... Te entiendo perfectamente. Seguro que llega la etapa en la que "vivir" será la parte divertida.

Hunter Z Top dijo...

Estoy de acuerdo con la señora mayor.Todo requiere de un tremendo esfuerzo y sacrificio pero cuando llega, siempre es mejor de lo que uno hubiese imaginado.

Anónimo dijo...

si, y además sin miedo se puede aprender mucho más...y entonces sobrevivir ya no es un sacrificio, sino un aprendizaje...es así..ánimo!

Aragüés dijo...

Sobrevivir no es un sacrificio, es una audacia!

Anónimo dijo...

Y la fortuna sonríe a los audaces, aunque a veces también a los patanes.