viernes, 16 de marzo de 2007

Hay que matar a D…


Tampoco olvidas Francia. Es otro mundo, a su manera. Aquella tía rara me llevo hasta La Maison des Asociations. Antaño habría sido una casa señorial o algo por el estilo, seguramente un antro cualquiera donde los ricachos de Cannes se juntarían para desatar sus perversiones sexuales más desenfrenadas. Hoy, era un antro donde los funcionarios del gobierno francés podían firmar cheques y cobrar dietas, mientras se pegaban una semana al año, todos los años, a costa de la teta de su gobierno en el Mayor Festival del Mundo.

- ¡C’est une maison avéc histoire! -.

Aún no sé ni cómo me salió aquello, pero la cosa no causó su efecto y la tía pasó de mí, conduciéndome hasta el centro del patio que flanqueaba la entrada de La Maison. Nada más poner el pie sobre el primer tramo de gravilla, pude olerlo.

Olor a decrepitud universitaria, olor a Colegio Mayor, olor a rancio, olor a ricos bohemios, olor a funcionarios vagos y aprovechados, olor a estudiantes pijos e intelectualoides… olor a fraude, al fin y al cabo.

Monovolúmenes limpios y de colores metálicos aparcados a un lado, repletos de maletas. Mesas y sillas e jardín al fondo. Un nutrido grupo de tipos con pintas de carpinteros que colocan una larga tabla sobre unos caballetes, para después cubrirla de manteles, y botellas de refrescos. Una fila de escaleras que llevan hasta la Maison, por las cuales arrambla un desconcertante tráfico de postadolescentes, niñatos de clase media alta de veintitantos que pululan como ratas en un laboratorio. Pero todo eso no era nada, comparado con lo que tenía delante de mis narices.

Dos hablaban distendidamente. Esta tía rara que me ha traído habla con ellos, no me entero de nada. Mi corazón empieza a palpitar con fuerza y empiezo a cabrearme conmigo mismo por haberme tomado todo ese ron allá en Barajas, ahora es cuando la voy a joder, lo sé.

La tipa se vuelve y me sonríe, va a hablar, lo sé, pero en mi mente congelo el instante un fotograma antes, lo justo para observar a los tipos en cuestión. La música y el sonido ambiente se detienen en el congelado. A la izquierda un tipo que no parece más que un treinteañero pringado, seguramente un becario precario, algún palurdo francés de pueblo que ha podido arañar una beca para largarse a París a estudiar alguna mierda como filología francesa y, por azares del destino, ha entrado a hacer fotocopias en el Ministere de la Jeneusse. Ahora, ha logrado colarse entre los funcionarios afortunados que vienen aquí una semana a emborracharse y drogarse hasta las cejas.

Esta claro que él no es El Tipo Importante, todo lo contrario que su compañero. Se parece a Ridley Scott, pero no es él. Aunque le pusieras la taza de café y el Montecristo del 2, sabrías que no es sir Ridley. Se ve a la legua que sólo es un franchute gilipollas con mucha suerte, muchas ganas de robar y que se le ha subido a la cabeza su puesto de jerifalte de mierda. Sólo una rana de mierda, como diría sir Ridley.

De hecho, si me entero que sir Ridley está en Cannes, lo primero que haría sería comprar un par de Montecristos del 2, perseguirlo hasta que logre agotarle y fumárnoslos juntos – a sir Ridley le pirran esta clase de cosas y ha llegado a afirmar que morirá con un Montecristo en la mano. Extraños pensamientos para un fumador –. Aunque sé que lo más probable es que, si lo cazara por La Croisette, fuera yo solito el que se tuviera que fumar los dos puros. Mi Realidad era muy distinta de esas carreras fantásticas.

- Qui est-vous? -.

Trato de decir algo, pero mis palabras suenan tremendamente estúpidas.

- Je suis Pablo – vamos, coño, piensa algo más rápido, identificación, eso es lo primero – le espagnol -.

El cabrón de Ridley Scott sonríe y, para mi sorpresa, saca su mejor acento español, como una mezcla de un andaluz gangoso y un vasco que sólo ha ido a la ikastola, que ha pasado muchos años en Parla.

-¡Ah, le espagnol! ¿De-dón-de-e-res? ¿Vi-e-nes-de-Ma-drid? -.

Por fin me siento cómodo, por fin alguien con sentido común, alguien con talento. Siempre es de educación tratar con cortesía a los extranjeros y si puedes hablarles en su idioma, lo haces. Ridley tiene que haberse dado cuenta de que yo he puesto mi granito de arena hace tan sólo unos segundos, como ahora lo hace él pienso que es un buen momento para relajarse, para bajar la guardia, para hacer amigos… Gran Error.

- No, soy de Zaragoza, pero vivo y estudio en Madrid -.

La cara de Ridley cambia por completo, como la de los tipos malos del cine negro de los 40, cuando los mataban. Estupor, rabia, cabreo y un irrefrenable deseo de estrangularme allí mismo estalla en sus ojos y yo pudo leerlo claramente, con todas las letras: Voy A Morir.

- Ésta es la última vez que hablas español -.

Eso fue lo último que dijo. Bueno, no exactamente. Un instante después me puso a parir durante cuatro minutos seguidos. Todo en francés y, por una razón o por otra, todo lo entendí. Me llamó sin vergüenza, maleducado, descortés, me dijo que había sido un error admitir a un país tan atrasado, tanto en el Prix de la Jeneusse como dentro de la propia Unión Europea. Me dijo que mis horas estaban contadas, que era una vergüenza para mi país, mi Ministerio y, por supuesto – esto lo recuerdo a la perfección – un deshonor para la República Francesa y los valores que representa.

Después de eso, me dio la espalda y se largó.

El becario precario se fue detrás suyo, como si fuera el dueño de un perro que va recogiendo su mierda. La tipa que me había traído, se quedó a mi lado, un tanto fuera de sí. Yo estaba hecho mierda. Buen recibimiento, sí señor.

- Il est D…* -.

¡D…*, mierda! Recordaba ese nombre. Hacía tan sólo unas semanas, me mandaba e-mails para confirmar mi hora de llegada, mi vuelo, todos esos detalles. Parecía un tío majo, se preocupaba porque todos supiéramos a dónde teníamos que ir, lo que teníamos que hacer. Nos procuraba la bienvenida y el que nos sintiéramos como en casa. Daba gusto que fuera él quien te tratara así, porque Él era El Gran Hombre. Era el Número Uno, el Capitán, el Almirante, el Comandante, el Jefe de Abordo. Era el Gran Jefe. Él movía el cotarro, eso estaba claro. Era el mandamás del gobierno, el Funcionario Superior, no había quien pudiera con él. Si alguien cortaba el bacalao allí, ése era él y yo la había jodido. Los designios del Gran Imán giraban alrededor de él. Sus dientes, como teclas de piano lo dejaron claro: me odiaba. Ni más ni menos que El Jefe me odiaba. Sigue siendo cierto que los franceses nos odian, nos desprecian. Sabía que mi francés era una auténtica patraña y por eso me condenó. Para él, yo estaba muerto. Cojonudo. Y aún me quedaban allí siete largos días.


*Se suprime el nombre a instancias del abogado del webmaster.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joven, un respeto hacia los becarios precarios!! Aprovecho para reivindicar:
INVESTIGAR ES TRABAJAR