sábado, 19 de septiembre de 2009

¡Maldito bastardo!

Tarantino es un cabrón. Él sí que es un maldito bastardo. ¿Por qué? Por hacer una película tan buena. Por hacer que sea tan buena cuando roza el ridículo y podría ser una castaña de toma pan y moja.

Malditos bastardos es una soberbia epopeya intimista (epopeya porque se trata de matar a Hitler, acabar la II Guerra Mundial... e intimista porque todo pasa entre cuatro gatos) que logra sumergirte tanto en su trama que, hasta por un momento, dudas de que la Historia real no fuera como la cuenta Quentin.

Es la primera vez en mucho tiempo que veo una película y me meto tanto en ella que me olvido de todo lo demás, la primera vez en muchísimo tiempo. En Cahiers tienen toda la razón, sus casi tres horas no son largas, todo lo contrario, le haría falta una hora más de película para que fuera redonda. Una hora más del comando de la venganza, de Diane Kruger contraespiando.

¿Y por qué es tan buena si es tan ridícula? Bueno, partiendo del hecho de que se toma la Historia como le sale de los mismísimos, es hasta cierto punto lógico que la música que emplee sea toda de spaguetti westerns, que hasta suene un rock popero de los 80, que haga congelados sobre los nombres de algunos personajes como si fuera una exploitiation setentera... Podría ser una patochada increíble, pero te la comes con patatas.

En otro sentido, Tarantino ha logrado con esta película lo que no logró con Death proof: largas escenas de diálogo que no aburrieran, esperando a la acción. De hecho, la acción es muy poca en Malditos bastardos y se agradece, porque cuando llega, llega de verdad. Hay más tensión que acción, que en el fondo es lo que Tarantino siempre había hecho, solo que aquí lo eleva a la enésima potencia. Por otro lado, los juegos lingüísticos que tanto le gustan a Tarantino, aquí funcionan a la perfección. Cuando al principio, se pasa del francés al inglés, piensas "bah, ya se va a joder todo y los alemanes empezarán a hablar en inglés entre ellos". Nada más lejos. Precisamente, se sirve de ese idioma el personaje de Hans Landa (¿pariente lejano de Alfredo?) para llevar a cabos sus maléficos planes. Toda la película es una disfrute de idiomas que llega a su clímax cuando los tres yankis intentan hacerse pasar por italianos.

Y es que el otro gran acierto de la película son los actores. Christopher Waltz está soberbio como el nazi más hijo de puta pero encantador que hemos visto quizá en toda la historia del cine. Brad Pitt se sale con su acento sureño, su mandíbula de paleto y sus aires de macho cuando le mete el dedo en la herida a Diane Kruger. Porque ella también está increíble. Quizá una de las actrices más guapas de hoy día, Kruger destila perlas en lo que hace y dice en su pequeño papel su (¡spoiler!) muerte es absolutamente soberbia. Y, sinceramente, Melanie Laurent ha sido todo un descubrimiento. Tiene escenas con Daniel Brühl (no pasa desapercibido, está tan perfecto en su papel que te olvidas de que lo has visto en otras películas) en las que deja claro que los tiene cuadrados. Cuando se echa a llorar después de comerse el strudel con Landa es un momento de una naturalidad mágica.

Tarantino se está labrando una curiosa carrera. Siempre ha hecho cine sobre el cine. Reservoir dogs - quizá su mejor película - tenía una aire realista, sin embargo en todo momento sabías que eso era una ficción sobre una ficción. Con Kill Bill se pasó directamente al otro lado del espejo y, desde entonces, sus historias salen de una realidad paralela. En Malditos bastardos, no se conforma con menos, sino que coge la Historia real y la rehace como le da la gana. Y, con el corazón en la mano, me parece de puta madre.

Id a verla.

2 comentarios:

Nacho dijo...

Estoy de acuerdo en casi todo. Pero aún así, la película tiene un metraje excesivo e innecesario.

Lo bueno si breve, dos veces bueno.

Aragüés dijo...

Una hora más y la película sería redonda. Siento diferir.