jueves, 13 de diciembre de 2007

Una historia por entregas

La siguiente historia se presenta fragmentada en dos entregas.

Aquí, abajo, encontraréis la primera.

Por supuesto os invito a completar vuestra propia versión de la historia en Comentarios.

La segunda y última entrega, en siete días.


Entrega Primera

El primer recuerdo que conservo con claridad de aquella incursión en terreno desconocido es la sensación de la barandilla helada al contacto con mi mano desnuda. Esperaba, convenientemente abrigado, la llegada del tren de las 18.27, con el cuello de mi gabardina subido hasta la extenuación. Consulté una vez más la esfera de mi reloj: de tan maltratada que estaba me costaba distinguir la posición de las manecillas. El miedo a llegar tarde había hecho que me adelantara al encuentro más de lo necesario. Escuché al poco, de fondo, el siseo rítmico del tren, suave como la seda y, a la vez, pesado como el plomo. La noche comenzaba a extender sus dominios y la temperatura disminuía bruscamente como prolegómeno de su llegada.

Aquel siseo no tardó en crecer de intensidad; pronto, su presencia fue soberana en los andenes de la estación. Se trataba de un convoy moderno de formas redondeadas de color blanco. Me llamó la atención la elegancia de su deslizamiento constante, su inteligente iluminación. El tren detuvo su marcha y con ello casi desapareció el sisear eléctrico de sus motores. Las puertas se abrieron de manera automática y un torrente de humanidad invadió el andén, hasta entonces baldío. En aquella estación periférica parecía que podías encontrar a personas de todas las razas, colores y confesión. Así, al mismo tiempo que percibí el tufo del sudor reseco en la espalda del obrero, percibí el perfume desgastado que emanaba del cuello de jóvenes mecanógrafas. Y vi como hombres trajeados con maletín en mano, elevados profesionales de la ejecución y las finanzas, fintaban a los distraídos escolares. Me repugnaba aquel ritual de masas que acontecía día tras día. Inexorable como duro es el acero; punzante como el aguijón de la alimaña recién afilado. Todo aquel carnaval se desplazaba con la rapidez propia de aquellos caminos que han sido cien mil veces recorridos. De hecho, sus elecciones, por numerosas que fueran, no merecían tal nombre.

El andén comenzó a despejarse del gentío y el tren reanudó su marcha y su siseo nocturno. Un cartel luminoso colgado del techo anunció, con letras rojas:


PROXIMO TREN LIGERO
Destino Colonia Lee
13 MIN.


A ella la vi, por fin, tras una pareja de adolescentes que remoloneaba en el extremo izquierdo del andén. Portaba un largo abrigo negro, de un tejido que aun hoy, después de tanto tiempo, no sabría identificar. Su bonita figura, homenaje a la curva-contracurva femenina, era coronada por una larga melena negra que en su caída se enroscaba traviesa en docenas de direcciones. En mi imaginación era unos centímetros más alta… aunque tal vez me equivocaba de persona. Aquella mujer, no parecía buscar a su alrededor en busca de nadie; su mirada se clavaba en el horizonte, teñido de un azul cada vez más oscuro. Esperé, impaciente, a que pasará por mi lado, al fin y al cabo las escaleras donde me apoyaba eran el único punto de salida-entrada de la estación.

Pronto, aquella mujer dejó atrás a los adolescentes y tomó la escalera, en cuyo descansillo yo la esperaba. Cuando me vio al fin, noté el impacto de mi presencia en las facciones de su rostro. Tal vez pensara que yo no acudiría finalmente a la cita; tal vez se hubiera olvidado de ella; tal vez se hubiera arrepentido… Bajó con lentitud por el lado interior de la escalera, deslizando su mano izquierda, enfundada en cuero, por la barandilla. Esperé cualquier señal que certificara de manera definitiva su identidad. Y, mientras la escrutaba sin miramientos, temí haberme equivocado de persona. El temor se disipó en dos segundos: cuando ella pasó a mi lado, su sonrisa lateral no dejó lugar en mí para duda alguna. Noté el intenso olor de su perfume. Recuerdo sus suaves notas de fragancia de manzana como el primer día. Aunque me desconcertó que no me hubiera dirigido una sola mirada tras reconocerme, su sonrisa lateral había sido tan discreta como cristalina en sus intenciones.

Cuando ella alcanzó el piso inferior, a nivel de calle, yo, comencé a seguirla.

VB


2 comentarios:

Aragüés dijo...

¡Dios! Una melena traviesa negra como la noche... Me has vuelto loco. Deseando ver cómo continúa. James Stewart podría ser el tipo y Hitchcok/Truffaut el titiritero. Puta madre, Brutus!

Aragüés dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.