miércoles, 30 de julio de 2008

Cine vivido, vida filmada

Uno de los mayores errores que cometes cuando empiezas a hacer cine - permítanme decirlo así, me lleno de tristeza de si "hacer cortos" - es que te empeñas en hacer cine de temas grandilocuentes. Tu peliculilla puede ser más o menos personal, más  o menos minimalista y más o menos cargante, pero suele tirar hacia el rollo esta-es-mi-opinión-sobre-esta-tema-tan-serio-y-tan-importante-y-tengo-toda-la-razón.  

Te ves a tí mismo - con el devenir de los años- haciendo películas de grandes  pasiones, de grandes dramas, de muerte, guerra, destrucción, actos fatales y fechorías imperdonables, cuando - rebuscando bien en tu existencia - tan apenas  conoces todo ello. Por eso, mimetizas el cine en tu cine, por eso filtras todo eso aprendido a través de otras películas, porque es la única forma de conocimiento y aproximación hacia - permítanme llamarlo así - la tragedia. 

Todo ello, porque aún eres muy joven y muy estúpido como para darte cuenta de tus errores.

Sin embargo, con el paso de los años, te das cuenta que tiene mucho más valor el cine - una historia, en deifinitiva - contada desde la experiencia que desde el conocimiento mimético. Eso no quiere decir que no puedas extrapolar esos sentimientos y situaciones que has vivido a otros equiparables o similares y, por supuesto, ficcionalizarlos para  hacerlos interesantes.

Ayer, viendo The Wall, me di cuenta cómo Roger Waters nos la metía doblada a todos. Porque, a menudo se habla de la  película de Alan Parker como un alegato contra el fascismo,  la guerra y todo ese rollo. Y es verdad, todo eso está ahí y bien clarito. Y ese es precisamente el problema.

The Wall habla de todo eso, pero sobre todo habla de las putadas que le pasaron a Roger Waters a lo largo de su vida. Perder al padre en la Segunda Guerra Mundial, sentirse huérfano, una educación represiva, tener una madre posesiva, una esposa que no le comprende y a la que él no entiende, follarse a todas las groupies, los excesos con las drogas y ser un títere de los mercachifles del rock.

Cuando sale como líder fascista en el clímax de la película, no sólo está hablando de fascismo - de hecho, eso es casi lo de menos - de lo que está hablando ahí es de la industria del rock, de los fans del rock (la música de masas en general) y de toda la mierda de consumo cultural que se nos  ofrece y devoramos.

Peter Waters nos muestra sus fantasmas, la secuencia más famosa - la de la escuela - no es más que la muestra de lo que los niños  de aquella época, como él, tuvieron que tragarse y crecer con ello. The Wall es una película-ego en toda regla que, además, se extrapola a cuestiones sociales y políticas, que  a su vez están directamente relacionadas con todo ello, pero ante todo es una inmersión en los infiernos y los fantasmas del líder de Pink Floyd.

Y nadie habla nunca de los monstruos, que eso sí que da miedo...

P.D.: Ahora, que yo me pregunto, si realmente sabes lo que estás filmando cuando lo has vivido antes, cómo Kubrick logró hacer lo que hizo. Quizá se encerró en casa por eso mismo, para acceder a todo ese conocimiento de alguna otra ¿forma?...

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