sábado, 10 de noviembre de 2007

Punk is dead

Hace 30 años que Sex Pistols sacó su único disco Never mind the bollocks. Algo que se podría traducir como Me toca los huevos. Y más o menos esa es mi sensación con el punk.

Hoy día que los mordenillos de mierda se han apoderado del término pop, no se puede utilizar sin que nos vengan a la cabeza una retahíla de imaginería indie, sensiblera, ñoña y estúpida. Sin embargo, toda música de masas se puede decir que es pop, de un modo u otro, precisamente por la connotación de “popular” que pop lleva en su origen. El punk también ha sido música pop.

Digo ha sido, porque hoy día el punk no mueve masas. Offspring no es punk y Green day tampoco. Tienen raíces en el punk, como las puede tener Juliette Lewis, pero no son punk. Hoy es posible que haya más grupos punk desconocidos y a contracorriente que lo hubo hace años. Porque hace años habría muchos más, pero un buen número de ellos saltó a la fama.

¿Cuándo un grupo de punk salta al estrellato deja de ser punk? En realidad, el punk no es más que otro engañabobos. Una mezcla de música, ideología y estética. Malcolm McLaren, manager de los Sex Pistols fue quien se lo sacó de la manga. Concibió Sex Pistols como unas Spice Girls de la calle, como si esas “chicas maravilla” fueran unas putas heroinómanas. La operación le salió redonda. Sex Pistols sólo tiene un disco, del que sólo merecen la pena tres canciones, y así se acabó la cosa. ¿Se acabó? Ni de coña.

Sex Pistols no es el punk. Decir eso sería como decir que Mozart es la música clásica, o Metallica el heavy metal. Hay mucho más allá de Sex Pistols, un grupo de laboratorio son mayor trascendencia musical. Atentos, he dicho musical. Porque lo que cuenta en Sex Pistols no es la música, sino la estética, la comunicación con las masas, la atracción. En una palabra: carisma.

Johnny Rotten era un modista fracasado. Quería hacerse su propia ropa, para que fuera única. Cogía andrajos de aquí y allá y, como entre pico y pico estaba tan ocupado como para no aprender a coser, se dedicaba a coger imperdibles y “coser” aquí y allá. Menuda cosa. Todos fliparon. Todos le copiaron. Joe Strummer apareció en la BBC con una especie de cresta mohicana que más bien parecía un gato muerto. Los hijos del punk se volvieron locos con esos y empezaron a diseñar sus crestas de infarto. Rotten, de nuevo, escupió por error en un concierto y eso se convirtió en norma del público hacia los grupos.

El punk es más una tendencia que un estilo musical. En todo movimiento tiene importancia no sólo la música, sino la idiosincrasia, el estilo, la ropa, la moda, los andares y las poses. Sin eso los hippies no serían lo que son. Ni los heavies, ni los raperos. Ya no estoy hablando de tribus urbanas de quinceañeros, lo cual me parece muy lejano, sino de movimiento estéticos y culturales. Sex Pistols supo y pudo encabezar ese movimiento, precisamente por todo lo falso de su origen, concepción y final. Tuvieron todos los ingredientes para ser “los mejores”: Un solo disco mítico, un nombre provocativo, una actitud desafiante, unos integrantes chalados, un mártir entre sus filas y, sobre todo, una línea argumental tan nihilista como la propia ideología punk.

Estaba cantado que no iban a durar mucho, al menos en activo, pero es posible que sean el grupo más famoso. Hay otros mucho mejores, como The Clash, The Ramones o incluso, Joy Division, pero Sex Pistols se lleva la palma a la fama y la fortuna.

El punk no existe y no puede existir como tal porque sus disposiciones, orígenes y metas son totalmente autodestructivas. Un movimiento en el que un yonki como Sid Vicious, que no pudo articular ni una palabra coherente en ninguna de sus entrevistas en vida, es elevado al podio de mártir no puede llegar a buen puerto. Porque además, el punk no quiere llegar a ningún puerto. Cuando hablan de destrucción, hablan de la suya propia. Es un movimiento que no puede avanzar ni progresar, porque está en su concepción que no haya avance ni progreso. Son un grupo involutivo y, lo siento por los que se sientan ofendidos, bastante reaccionario.

Todo eso de anarquía y lo que se supone que venden es una patraña como un templo. Todo lo que predican sobre lo de ir contra el sistema y acabar con él, es su única razón de ser. Digo predicarlo, no cumplirlo. El punk es un claro ejemplo de las ideologías o movimiento que se sostienen por la imposiblidad del cumplimiento de sus objetivos. Precisamente en la lucha entre los factores opuestos, están su fundamentación. El punk no puede vivir sin el capitalismo, sin venderse a la industria y sin tener a alguien a quien machacar. Sólo postulan la lucha, no la solución. Si en algún momento se aventuraran a decir cómo resolver los problemas que se supone que les preocupan, no llegarían a ninguna parte, se autodestruirían, porque es en la lucha contra un enemigo imposible de vencer donde está su esencia.

La autodestrucción es algo muy atractivo, no cabe duda.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Val del Omar: Fuego en Castilla


Continuamos con la revisión de la obra del director español José Val del Omar. Fuego en Castilla, es la segunda pieza que compone el Tríptico Elemental de España, obra cumbre del director precursor de la meca-mística. En ella, Val del Omar, pone en práctica dos de sus técnicas más célebres: la Diafonía (hoy irreproducible) y la Tactilvisión, de ahí su necesariamente largo período de gestación: tres años.

Aquí, su película anterior, Aguaespejo Granadino, la primera parte del Tríptico Elemental de España. Ahora, Fuego en Castilla.

VB




viernes, 2 de noviembre de 2007

Azcona desconocido: El Programa, de Theo Angelopoulus

Colaboración para www.batanbruits.com, la única web que aborda el cine desde un punto de vista metafísico. Visiten el corazón de un Imperio que se tambalea.

El Programa (I ekpombi, 1968) es el único cortometraje que rodó Theo Angeolopoulus antes de dedicarse a la realización de largometrajes. Su visionado pone de relieve una cadencia rítmica diferente al resto de su obra posterior; la influencia del guión de Rafael Azcona, decano de los guionistas españoles, se hace en éste punto más que evidente.


Azcona comenzó su carrera como guionista a las órdenes de Marco Ferreri, con El pisito (1959). Después llegarían sus colaboraciones con Luís García Berlanga en las aclamadas Plácido(1961) y El verdugo (1963). Su éxito internacional no tardaría en evidenciarse y pronto cineastas de las diferentes nuevas olas del cine europeo, solicitaron los servicios del prometedor logroñés. Es así como el joven Angelopoulus, todavía en plena fase formativa, contactó con Azcona:


Yo había estado trabajando los primeros años de los sesenta como periodista, lo que me permitió ejercer la crítica cinematográfica y entrar en contacto con los nuevos cines. Pronto, gracias a una amistad bien avenida, conseguí algo de dinero de la televisión griega. Les convencí enseñándoles un cortometraje que hizo un colega danés acerca del hombre ideal. Ellos querían algo moderno, que escapara al encorsetamiento decadente que reinaba por doquier. [...] Merced a una serie de acuerdos militares, se tendieron puentes de entendimiento entre países del sur del Mediterráneo, como España y Portugal. Países que, como el mío, soportaban una férrea dictadura militar de derechas. En uno de esos intercambios, cerca de Atenas, conocí a Rafael.” ( Angelopoulus, Theo, Una mirada sobria alrededor de mis películas, Paidós Cine, Barcelona, 2002. Pág. 38.)


Sobre su tormentosa relación tenemos pocos datos. El crítico anglosajón Colin MacCabe, ha intentado arrojar algo de luz obre la cuestión en su obra Early Shots, Early Lifes: Angelopoulus on films. Parece ser que desde la misma génesis del proyecto, las posturas de ambos creadores fueron opuestas. Tal vez, por esa cuestión, el retrato de la moral griega no es tan corrosivo como cabría esperar. Así, lejos de denunciar la miseria moral imperante, objetivo último de Azcona, Angelopoulos ofrece una mirada distante y fría sobre los fenómenos que narra. De ahí que Azcona, visiblemente ultrajado, denunciara la prepotencia del director y sus devaneos con el marxismo-leninismo durante una de las periódicas reuniones del Comité Central para una Cinematografía Nacional, encabezado por el coronel Learco Venaki.


Con posterioridad Azcona continuó su periplo europeo y se trasladó a la Isla de Färo, en Suecia, para trabajar en el guión de la segunda parte de Fresas Salvajes (1957), codo a codo con Ingmar Bergman. Colaboración fallida, que luego serviría al propio Azcona para dar forma a La prima Angélica (1973), donde Victor Sjöström era sustituido por José Luís López Vázquez, a las órdenes del cineasta español Carlos Saura. Ese año 1973 fue el año en que Ferreri rodó La gran comilona (1973), el film que pondría punto final al poco conocido itinerario europeo de Azcona.

VB